Eran los tiempos del derrumbe del régimen Fujimontesinista, por aquella época estaba sin trabajo estable. A lo sumo, eran trabajos esporádicos, transcurría el mes de noviembre del 2001. Había recibido una llamada a mi celular, no alcancé a contestar y me dejaron un mensaje de voz. Era un amigo que precisaba de una persona de confianza para trabajar en la selva del Bajo Urubamba. Él había formado una empresa de asesoría. Tenía que presentarme al día siguiente y tener una entrevista con la Jefa del grupo, una psicóloga, que me haría una entrevista para ver si reunía las condiciones para pertenecer al grupo que ella iba a comandar para trabajar en la selva. El grupo estaba compuesto por psicólogos en su mayoría, un antropólogo, un administrador, un lingüista, un fotógrafo y una asistenta social. Cuando llegué a la entrevista mi idea era de poder pertenecer al grupo y salir del estado de estar “pateando latas”, después de una hora ya estaba de nuevo en la brega, me habían aceptado, sin perder tiempo, comencé a familiarizarme con el trabajo. Sería un evaluador en Comunidades Nativas del Bajo Urubamba. Lo primero que me dijeron era que tendría que colocarme las vacunas (8 vacunas al principio) para poder ingresar a la selva, porque se iba a tener contacto con nativos de la zona, el trabajo iba a consistir en evaluar población nativa que estaban dentro del ámbito en donde el Gas de Camisea iba a tener repercusión directa o indirecta. Las pruebas habían sido desarrolladas por el grupo de psicólogos, y los evaluadores aplicarían dichas pruebas para su posterior calificación y clasificación.
Llegado el momento del viaje, cada uno llevaba sus implementos respectivos, se tenía que estar en el aeropuerto a las 5 am. Iba a ser un viaje a lo desconocido, nadie había estado en ese sitio, nuestro destino sería la Comunidad Nativa de “Nuevo Mundo”, allí la empresa que explotaría el Gas de Camisea, ubicó su campamento base para la llegada de todos los trabajadores.
En el grupo había hecho dos amigos, los cuales durante toda el tiempo de dicho trabajo seríamos inseparables, “el negro” César y “el gordo” Jaime. Como los tres mosqueteros nos embarcamos en el avión con destino a la selva, dejando en Lima al resto del grupo que posteriormente nos dio alcance en el campamento. Juntos navegamos tres horas continuas por el río aguas arriba hasta llegar a Sepahua.
Pasaban los días y comenzaba a habituarme al clima, a la comida y a la forma de nuestros compatriotas que a pesar de estar viviendo en zonas inhóspitas eran personas en busca de una oportunidad de trabajo, muchos de ellos son bilingües (hablan su propia lengua y el castellano) otros no. La llegada de nuestro equipo siempre era sinónimo de acontecimiento. La comunidad paralizaba sus actos para vernos como hacíamos nuestro trabajo.
Siempre éramos recibidos por el jefe de la comunidad y por el contacto que la empresa tenía en su staff. Al final de las dos semanas se evaluó a más de 1,500 personas. Algunos serían elegidos por su capacidad o experiencia de acuerdo al cuadro de calificación hecho por el grupo de psicólogos. Todo ello fue la primera evaluación calificada a los nativos de las comunidades nativas en el Bajo Urubamba.
La segunda parte consistiría en brindar formación en albañilería y carpintería, para ello se contraría a dos centros especializados reconocidos (Senati y Sencico). El grupo sería más reducido, se compondría de tres personas, una encargada de la logística y las otras dos del seguimiento de las clases con los nativos y la evaluación de los profesores. La segunda parte se retrasó más de lo previsto, pero a mediados del mes de marzo del 2002 ya se tenía la cantidad exacta de participantes elegidos para las clases respectivas según su clasificación. No se sabía quienes iban a participar del nuevo proyecto, yo estaba en la terna, había que esperar la decisión de la empresa de asesoría contratada por la compañía petrolera.
Cuando recibo la llamada, de que soy el elegido para el puesto de logística, me embargó la alegría, pero sabía que tendría que hacer mi mejor trabajo. Había que trazar los objetivos de cada puesto. Y es ahí que sale mi formación leonciopradina, comencé a estructurar mis planes de trabajo: hacer una cartilla de conducta para los nativos, ya que iban a convivir en la ciudad de Sepahua por el espacio de tres meses, hacer planillas de datos, ubicación de lugares en donde iban a dormir, cursos a estudiar, participantes por Comunidad Nativa, lugares en donde iban a recibir sus alimentos, ropas, medicinas y utensilios de estudio y de aseo personal. Mis compañeras de trabajo iban a ser dos mujeres, las cuales tendrían que llevar el seguimiento de las aulas y el cumplimiento del cronograma presentado por los centros especializados en la enseñanza a los nativos.
De nuevo tenía que vacunarme con las dosis de refuerzo para no tener algún problema de salud. El poblado de Sepahua fue el centro de operaciones y recibió a los nativos enviados por sus comunidades para los cursos que luego servirían para poder trabajar como operarios en la compañía petrolera.
Me ubiqué y viví en un hotel cerca del embarcadero por tres meses, el poblado de Sepahua estaba de moda por aquella época porque no solo estábamos nosotros sino otras empresas con sus respectivos trabajadores que también brindaban servicios para la empresa petrolera, era un movimiento inusitado, los comerciantes estaban felices por el incremento de las ventas. Como la primera vez, teníamos un contacto asignado por la empresa que serviría de ayuda con las autoridades del lugar. Ubicamos nuestro centro administrativo en un colegio, así como salones para el dictado de las clases.
La llegada de los nativos era un espectáculo, arribaban en pequeñas canoas y con su atado de ropa. De acuerdo al número de participantes de una misma comunidad los ubicaba en los hoteles del poblado, y les asignaba también un restaurante para recibir sus alimentos. Mi papel fue de un “jefe de batallón”, tenía que levantarlos por grupos (a las 5 de la mañana y con linterna en mano), como se hacía en el colegio militar y pasarles lista todas las mañanas para confirmar su asistencia. Había días de sol y otros de lluvia, bajo ese tipo de clima los hacía formar a lo largo del embarcadero de la ciudad.
Por las noches antes que se apagaban las luces en Sepahua (solo se tenía 4 horas de luz), volvía a pasarles lista para confirmar su asistencia y en este caso les hacía firmar una planilla. Cuando faltaba alguno de ellos, me quedaba por horas hasta que apareciera y ellos disgustados lo iban a buscar. Decreté la hora de levantarse y la hora de acostarse, cumplían las órdenes sin ningún reproche, tenía a mi mando a un personal muy pintoresco, con sus diferentes modos de hablar o de comportamiento, para ellos simplemente era el “ingeniero” o “profesor”. En ellos me reflejaba cuando los instructores que tuvimos en el Colegio Militar lidiaban con nosotros. Así transcurrieron los meses. Conviviendo con la población, de lunes a sábado realizaba mi trabajo, supervisaba los alimentos, la asistencia a las clases, algún problema de salud entre los participantes, y algún requerimiento de la empresa.
El día domingo era mi día de descanso, puesto que ese no se ejecutaba alguna clase. Había cursos por tiempo limitados, había cursos desde los más simples hasta los más complicados. La prueba de fuego será la visita de los funcionarios de las empresas que impartieron las clases de enseñanza (Senati y Sensico). Para la clausura de las respectivas actividades, se premiaría a los mejores en cada curso dictado con herramientas de trabajo, Los funcionarios vendrían a evaluar el desempeño de sus profesores y nuestro trabajo, no tuvimos ningún problema y fuimos felicitados por la forma en que se llevó a cabo todo el tiempo de instrucción. Los nativos de acuerdo a sus clases recibidas dejaron para la ciudad sus prácticas dirigidas, los de albañilería dejaron metros de veredas en el colegio parroquial y la culminación de dos aulas y un baño del colegio particular “Leoncio Prado” del poblado de Sepahua. Los de carpintería dejaron repisas, carpetas y sillas para la comunidad.
La estadía en ese lugar, fue uno de los mejores trabajos realizados, no solo por el contacto con compatriotas que viven en condiciones diferentes a las nuestras ya sea cultural y social, sino el de haber contribuido en la formación profesional y el de brindar ayuda a una ciudad ubicada en un lugar muy lejano al que se tiene poco absceso y conocimiento.
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