jueves, 3 de marzo de 2022

 




Nuestros viejos amigos rabudos

 (I Parte)

Mi madre siempre nos decía que cada perro asume el comportamiento de su dueño, eso lo aprendió de mi abuela Felicita, “Doña Fecha”, como era conocida en la familia. En nuestra familia siempre teníamos como compañía a nuestros queridos perros, algunos de porte pequeño o de porte grande. A través de todo este tiempo, cada uno de ellos nos ha dejado algún recuerdo o anécdota que podemos recordar con cariño, y la característica que cada uno de ellos poseía era de tener un nombre muy particular. El primer perro que tuvimos como mascota en casa fue llamado de “Jazmín”, era un perrito cruzado, de pelaje blanco que parecía un carnerito. Llegó en una caja de cartón de las antiguas galletas “San Jorge”, aún vivíamos en Lince, en la avenida Canevaro. “Jazmín” fue nuestro compañero de aventuras por las calles de Lince. Siempre nos recibía con cariño, cada vez que llegábamos del colegio. Cuando nos mudamos a Los Sauces en Surquillo tuvo más libertad para poder recorrer a sus anchas. La casa que mis padres siempre soñaron se hizo realidad, ya la familia se había completado con la llegada de mi hermana Erika, era el año de 1974, en pleno Gobierno Militar. La casa que mi madre escogió queda cerca de un parque y hace parte el entorno de un pequeño condominio. “Jazmín” ya era un perro “maltón” que podía estar a sus anchas sin ningún problema. Mi hermano “Coqui” gustaba de llamarlo de “Jazmín pirulo socotroco”, nuestro perro agradecía moviendo la cola y ladrando, como si quisiera hablar y estar de acuerdo de lo que escuchaba. Siempre nos acompañaba en todas nuestra travesuras en casa o en la calle, era un perro obediente y querido.

 Pocos años después mis padres deciden modificar la casa, amplian la parte de enfrente y modifican por completo la fachada de la casa así como la parte interior, fueron muchos meses de construcción. Los materiales para la obras siempre en la entrada de la casa (arena, piedras, ladrillos, bolsas de cemento y fierros) y el continuo ruido de los trabajadores que realizaban el trabajo. La etapa del llenado del techado siempre era realizada por un grupo de personas que se cachuelaban esa jornada por un almuerzo y un dinero, el maestro de obra los contrataba para realizar ese arduo trabajo, que era el de llevar unos tachos de lata con la mezcla de arena, piedras y cemento. Podían durar una jornada diaria de trabajo, mis hermanos y yo siempre observando todo lo que realizaban y mi madre siempre gritándonos para evitar que podamos ensuciarnos o pisar algún lugar errado de la construcción.

El garaje ganó espacio desde la vereda de entrada a la casa, lo que hacía de noche un espacio oscuro sobretodo en las noches, las paredes estaban tarrajeadas, el falso piso y los puntos de luz estaban inacabados y habían dos accesos, uno era por la puerta de la cocina y otro por la por la parte lateral que daba directamente a la sala.

 Jazmín siempre gustaba de pasear por las calles y regresar a la casa, siempre esperando hechado en la puerta de la cocina y entrar cuando alguien abriera la puerta, el día después del techado nadie lo hechó de menos a Jazmín, Coqui fue el primero en verlo hechado cuando abrió la puerta de la cocina pero no vio nada extraño. Cuando fui a comprar el pan y el periódico como todos los días, Jazmín ya se había movido de posición y mostraba su cuerpo con el pelo ensangrentado, solo me quedó gritar que mi perro estaba herido.

Todos saltaron de la cama y fue una gritería por lo que le había sucedido a nuestro perro, mi padre lo cargó y lo envolvió en una sábana y de forma apresurada llevarlo en el carrito verde a la veterinaria Miraflores que estaba ubicada en la avenida Santa Cruz, y a la que solíamos llevarlo para que tome sus vacunas y baño, en casa quedamos con mi madre angustiados por lo que había sucedido a nuestra querida mascota, fueron horas de espera, en casa el silencio y la tristeza reinó y cada uno rezaba silenciosamente para que Jazmín regrese con su alegría de siempre. Escuchamos llegar el carrito verde y estacionarse en el garaje, con solo ver la expresión del rostro de mi padre y no escuchar el ladrido de Jazmín sabíamos que había sucedido lo peor.

 Mi padre retiraba y cargaba el cuerpo inerte de nuestra mascota en sus brazos, y nos relató que Jazmín no pudo resistir a las heridas causados por un arma punzocortante que afectó seriamente órganos internos a pesar de todo el empeño de los veterinarios para salvarlo. La casa todavía conservaba un jardín que estaba en la parte de fondo y se decidió darle sepultura a nuestro perrito de infinitas aventuras. Luego de aquel triste episodio en casa se empezó a tejer que había sucedido con Jazmín, y se comenzó a recrear los hechos sobre una hipótesis. Estando oscuro el garaje y tener un libre acceso, algún malchehor aprovechando la oscuridad y sabiendo por donde podía ingresar habría comenzando a palaquear una de las puertas, en este caso, la que daba acceso a la cocina y seguramente Jazmín en su vuelta a casa habría sorprendio al maleante y atacado como lo hace cualquier perro para defender su guarida de personas extrañas, recibiendo el ataque con un fierro punzocortante que lo hirió mortalmente.

 La casualidad de este hecho fue un día después del techado que hicieron en casa, seguramente en ese grupo formaba parte algún delincuente ya había estado pensando en realizar el robo en casa pero no contó con la bravura de nuestro recordado y querido Jazmín.

El tiempo pasó y una noche mi padre aparece con un lindo perrito de la raza Cocker Spaniel, mi tía Jesús, más conocida como la tía China fue quien le dio el perrito como obsequio a su hermano, en ese instante se ganó el cariño de todos y mi hermano Toño lo bautizó con el nombre de Pipper, a raíz del nombre de una avioneta que se había siniestrado en algún lugar de la selva peruana y era noticia por aquella época. «Pipper» con sus orejotas y su pelaje color caramelo ocupó el lugar que había dejado Jazmín, dormía en la cocina por ser aún cachorrito para después hacerlo en el garaje. Al comienzo le dábamos ración para posteriormente darle su propia comida que consistía en camote y algunas carnes que sobraban o pescuezos de pollo que devoraba en cuestión de minutos. «Pipper» creció y se convitió en un ejemplar de Cocker Spaniel bonito, podía estar comiendo todo el tiempo, un perro noble que siempre mostraba simpatía. Igual que Jazmín, Pipper también se familiarizó con las calles y el parque cerca de casa. Podíamos abrir la puerta y sin necesidad de alguna correa podíamos dejarlo libre y esperar su vuelta. Cuando llegaba la hora del desayuno, almuerzo o cena en un rincón de la cocina o debajo de la mesa estaba descansando «Pipper» y al llamado de su nombre se coloca en atención para recibir algún pedazo de pan o comida que podíamos compartir con él. Era un experto, se sentaba sobre sus patas traseras y con realizar el movimiento de cabeza pescaba en el aire su apreciado manjar. Cuando sabía que la comida estaba servida y con su olfato peculiar esperaba que todos estemos sentado en la mesa para que se sentara y con sus dos patitas delanteras las moviera pidiendo comida, de esa forma se ganaba el cariño y parte de nuestra comida, Juana que servía los alimentos lo regañaba siempre diciendo: Pipper afuera!!! y nuestra mascota de forma pausada caminaba hacia el garaje con la cabeza agachada, después hacía una pausa y giraba su cabeza y nos miraba como si estuviera pensando «ya vas a ver chata, que en cualquier momento voy a entrar sin que me veas», así transcurrió la compañia de «Pipper» en la familia.

 Por esa época mi tío Benjamín adquiere un perro de la raza Boxer, y lo llama «Rocky», un lindo ejemplar característico de esa raza, con orejas cortadas y su porte de pedigree, muy similiar a las imágenes que veíamos en los libros o en alguna película. El tío Benjamín fue compadre de mi padre y a raíz de ello se visitaban ya sea en casa o en la casa de él con largar charlas con su respectiva bebida de pisco, el famoso «chilcano» que gustaba de beber y en esas de las tantas conversaciones mi tío Benjamín con el vaso en la mano le dice a mi padre: Compadre, usted y sus hijos recibirán el primer hijo de mi perro «Rocky» y creo que los chicos van adorar ese regalo.

El tío Benjamín acertó en su decisión, el cachorrito de pelaje atigrado llegó para robarse toda nuestra atención, de hocico totalmente negro el pequeño perro de raza boxer, fue recibido por todos con cariño, le pusimos por nombre de «Bronco», desde cachorrito ya demostraba bravura, su profesor de vivencias era Pipper, como perro antiguo de casa compartieron el garaje sin problemas, convivieron y compartieron la seguridad de la casa. «Bronco», como era de una raza mediana, comenzó a crecer y dejar de ser el cachorrito que llegó en casa. Por indicación del tío Benjamin, se le puso a un entrenador, fue así, que se contrató a un señor que entrenaba un perro de raza afgana en el parque cerca de casa. «Bronco» era adiestrado todos los fines de semana, regresaba en casa cansado y con la lengua afuera, solo para beber agua y dormir. El adiestramiento hizo efecto, «Bronco» se convirtió en perro obediente, obedecia en palabras en alemán como «sitzen» (siéntate), «Achtung» (atención).

Todas las mañanas, abríamos la puerta y salía disparado para hacer sus necesidades en el parque, corría a sus anchas y saltaba en compañia de «Pipper», nosotros siempre vigilándolos desde la azotea o desde la puerta de casa. Ellos obedientemente regresaban a casa.

Uno de los hechos más peculiares que involucró a nuestro recordado «Bronco» fueron las peleas colosales con el perro de raza doberman de los Almeida al que llamaron de «Lord», parecian dos boxeadores que a mordiscos se enfrentaban sin parar, llegaban a estar en dos patas y con la bravura de dos gladiadores romanos, ni el llamado por su nombres o con baldes de agua podíamos separarlos. «Lord» siempre fue un perro traicionero y cobarde, que podía atacar a perros pequeños o a personas. «Bronco» era todo lo contrario, podía disfrutar de jugar con cualquier niño a pesar de su feroz aspecto.

 Mi padre decidió cruzar a «Pipper», como en casa había espacio suficiente, no habría problemas de tener a otro perro. A «Pipper» lo llevamos a la veterinaria «Miraflores» para poder realizar el cruzamiento respectiva con ayuda de los veterinarios, el acuerdo con la otra parte fue que la camada sería dividida, pasaron los meses y recibimos dos crías de Pipper pero que eran perritas, que posteriormente las entregamos de regalo a un amigo de nuestro padre, el italiano, al que todos lo conocíamos com el «gringo Burelli» y a Elena para que podamos tener de cerca a las crías de nuestro perro.

La familia que tenía a la otra camada se había quedado con un cachorrito, que al parecer comenzó a tener problemas, y avisó a nuestro padre si quería el perrito porque ellos no sabían que hacer a pesar de los cuidados veterinarios. Una noche aparece, nuestro padre en brazos con el alicaido perrito que al recibirlo nos saluda con lamidas pero caminando con dificultad. Al día siguiente lo llevamos a la veterinaria Missiego, que estaba cerca de casa y que era el veterinario de nuestro perro «Bronco». Lo examina y nos dice : «Si, ustedes aman a este perrito. Van a tener que darle suero cada hora para poder rehabilitarlo, eso ya depende de ustedes...». Llegando en casa, procedimos a realizar el plan encomendado por el veterinario, ya mi hermano Toño lo había bautizado como «Snoopy» por ser un perrito pequeñito como el dibujo animado de Charles Schulz y compañero de Charlie Brown. Compramos las bolsitas salvadoras que eran diluidas en agua para ser extraidas con una jeringa para poder suministrar a «Snoopy», para ello habíamos colocado el despertador cada hora para realizar ese procedimiento.

La felicidad reinó en casa, «Snoppy» logró pasar ese trance adverso con el que llegó en casa, ya su pequeño cuerpo respondió satisfactoriamente al líquido suministrado por indicación del veterinario. Estaba recuperado y volvió a tener esa alegría que cualquier perrito lo tiene cuando está rodeado de personas. «Pipper», «Bronco» y ahora «Snoopy» se convirtieron en nuestros compañeros de juegos, nuestros «amigos de la guarda», a los que supimos darle cariño y recibirlo recíprocramente. Algunas veces llevaba a «Bronco» a correr conmigo ya sea por el barrio o podíamos ir hasta las playas de la Costa verde, siempre antes de las 6 de la mañana. Mi padre, sabiendo de ello, decide llevar a nuestros perros en la maletera del carro a la playa, siempre en tiempo de invierno, ya que las playas estaban desiertas por el clima reinante y la baja temperatura que por esa época tiene la ciudad de Lima. La playa «Redondo» era la escogida, «Pipper» y «Snoopy» se juntaban a «Bronco» y podian recorrer la orilla del mar y tomar un baño de mar saltando sobre las olas, nuestros perros disfrutaban sin parar, «Bronco» era el más juguetón, mi padre jugaba con él como si fuera su hijo o nieto, lanzándole una pelota de jebe al mar y que de forma obediente saltaba sobre las olas y regresaba con rapidez con el objeto en su boca, podía salir disparado como un cohete del agua hasta derribar cualquier objeto o persona que estuviera en su paso.

 La hora del regreso era más complicado, ya que teníamos que subir toda la avenida Armendariz, la subida era demoledora ya que se necesitaba mucho esfuerzo, a pesar de ello, «Bronco» como una mascota fiel, obedecía y subíamos sin parar hasta la prolongación de la Vía Expresa. Mi padre se encargaría de llevar de regreso a «Pipper» y «Snoopy» en la maletera del carro, cansados, mojados y llenos de arena. Las tres mascotas se reencontraban de nuevo en el garaje de la casa, para recibir su baño de mangera respectivo y beber mucha agua por el esfuerzo realizado esa mañana. Podiamos sentir una paz, sin ningún ladrido, puesto que nuestros perros estaban tan cansados que solo se levantaban cuando era la hora de comer.

Como los seres humanos, los perros tienen un determinado tiempo de vida, pueden acompañarnos por años y dependiendo de las circunstancias ser lonjevos, como sucedió con «Pipper», que llegó a tener 15 años, en 1986 nos dejó nuestro querido perro, ya había perdido los sentidos de oir y de ver, hechado en el pequeño jardín próximo a la entrada de casa, suspiró sus últimos momentos de vida. Sería nuestra segunda mascota que se llevaba todas nuestras vivencias de niñez, lo habíamos recibimos con cariño cuando era un cachorrito, era uno de esos perros que solo le faltaba hablar...

domingo, 7 de noviembre de 2021

Primer día de clases

Era finales de los años 70's, ya mis padres habían adquirido la casa que siempre soñaron. Toda la zona alrededor de la nueva urbanización estaba en construcción. Ya habíamos disfrutado del verano, yendo en familia a disfrutar las playas de la Costa verde en nuestro carro al que llamábamos del "carrito verde". Las clases en el colegio comenzarían a la semana siguiente, ya mis padres nos habían matriculado. Seguiríamos estudiando en el Colegio San José de Monterrico, por esa época íbamos solo los tres hijos mayores, mis hermanos Toño, Coqui y yo, ya mi hermano Miguel, todavía pequeño, estaba matriculado en un nido cerca de casa y mi hermana Erika que todavía estaba empezando a saber a caminar.

Mi madre era la encargada de preparar y ordenar nuestros útiles escolares, la mesa principal de la sala servía de apoyo para forrar los cuadernos y libros con el protector Vinifan, con sus respectivas etiquetas en donde colocarían nuestros nombres. Mis hermanos y yo también participábamos ayudando a pegar y forrar. Cada uno tenía su maletín en donde colocarían sus cuadernos, libros y lápices. Como el horario de estudio era desde la 8 de la mañana hasta la 1 de la tarde. También llevaríamos nuestras respectivas loncheras. Se sentía el olor de "todo nuevo". Mis padres nos compraron nuestras loncheras de marca Aladdin con sus respectivos componentes, el vaso plástico con su tapa para llevar algún jugo de fruta y el tapper para llevar un sandwich.

El día domingo había que dejar todo listo, nuestro primer día de clases iba a ser al día siguiente. Con los uniformes nuevos, camisa blanca, pantalón y chompa de color plomo y la insignia del colegio en el pecho íbamos a tomar el desayuno, mi padre, como de costumbre nos llevaría al colegio y regresaríamos de microbús. Ya no teníamos movilidad contratada que nos llevara y trajera de vuelta a casa.

El primer día de clases en el colegio transcurrió sin problemas, íbamos a conocer a nuevos compañeros y profesores, así como, de los cursos a estudiar todos los días, y de otras directrices que la dirección del colegio iba informando por los parlantes. El toque de refrigerio era a las 11 de la mañana. Podíamos "estrenar" con la mayor satisfacción nuestras nuevas loncheras. Mi madre nos había preparado quaker en vez de jugo con su respectivo pan con camote y una manzana. Lo consumimos y saboreamos sin problemas. Yo como era el más pequeño de mis hermanos, tendría que esperarlos al toque de timbre de salida y de esa manera acompañarnos para volver a casa.
El paradero del micro omnibus de la línea "Chacarilla" pasaba a dos cuadras del colegio. Mi hermano mayor, Toño, era quien tenía siempre el dinero para pagar los pasajes. Tendríamos que bajar en el paradero que nos dejara cerca para luego caminar hasta llegar en casa con los pesados maletines y las loncheras vacías. Ese día mis hermanos decidieron bajarse a la altura del actual Hospital del cáncer, el cual por aquella época estaba en construcción, así como el coliseo Dibós. La actual avenida Aviación llegaba hasta cierto punto y la urbanización La Calera estaba en plena construccion. El trayecto a casa nos llevaría aproximadamente 30 minutos, cortando camino pasábamos por pistas de tierra o de futuros parques, yo era comparsa de mis hermanos mayores. Ellos siempre jugando con cualquier cosa que encontraban en la calle, estando en la avenida principal podíamos decir que ya estábamos en casa, ya que atravesando el pasaje podíamos llegar a la plazuela cerca de casa.
Es en ese momento, no sé si por cansancio o travesura, Toño de forma sorpresiva da una patada sobre la lonchera de Coqui haciéndole un hueco, y este de forma rápida se volteó y levantó su pierna zurda que dejó atónito y con la boca abierta a Toño porque reventó en pleno la lonchera y solo lo dejó sosteniendo la manija, todo estaba esparcido sobre el jardín de la familia Del Aguila. Yo desde atrás observaba con asombro lo sucedido. Las loncheras que por la mañana estaban nuevas e intactas, no existían más. Yo era el único que regresé con el maletín y la lonchera como me habían enviado al colegio. Al entrar en casa y saludar a nuestra madre mis hermanos siguieron discutiendo del bochornoso hecho. Ya mi madre nos tendría preparada su venganza al día siguiente.
En efecto, Doña Emma, mi madre de carácter fuerte, no se hacía problemas. Sabía lidiar con ese tipo de situaciones. En vez del vaso de plástico Aladdin nos colocó el quaker en una botella verde de la gaseosa "Bimbo" con corcho y una bolsa en vez de tapper el pan con huevo o con camote según el día. Mis hermanos se rehusaron en llevar ese tipo de "lonchera" para no pasar vergüenza en el colegio. Por aquella travesura del primer día de clase de mis dos hermanos mayores pagué el pato, solo yo ,fui el único en aceptar y llevar mi botella "Bimbo" con corcho y mi pan con camote junto con mis libros y cuadernos, solo quedó mi lonchera Aladdin como mudo testigo escondida en algún rincón de la casa para nunca más aparecer.

sábado, 6 de noviembre de 2021

Súbete a mi moto, moto, moto

En los años 80's había un grupo que hacía sensación en las adolescentes y niñas. El grupo Menudo conformado por 5 muchachos portorriqueños con sus canciones pegajosas y sus bailes hacían furor. Las radios tocaban a cada momento sus canciones. Quien tenía una hermana, prima o amiga podía tener a una fanática apasionada por ese grupo de muchachos. Posters, revistas y sobretodo discos se vendían más que cualquier cantante o banda musical de aquella época. Mi hermana y primas no escapan de ser parte de ese grupo de niñas que al escuchar una canción de Los Menudos, comenzaban a cantar y bailar. Un disco de Menudo podía ser el mejor regalo que cualquiera niña quería tener. Mi hermano Miguel y mi primo Gustavo odiaban a rabiar a los Menudos, siempre haciendo añicos cualquier souvenir que caían en sus manos. En una de las visitas que siempre realizábamos a nuestros primos coincidió con la llegada del tío Eduardo, que siempre estaba viajando por cuestiones de trabajo. Mis primas Vanessa, Kathy y mi hermana Erika entre sus juegos intercalaban cantar y bailar a su grupo favorito. Mi primo Gustavo al escuchar que sus hermanas iban a colocar para tocar a los "famosos" Menudo. Nos dice: "Primos van a ver que voy a hacer con ese disco...", con su cara sudada y su cabello alborotado y una risa maquiavélica desapareció rápidamente para regresar con un clavo en la mano. Mientras mis primas y hermana se estaban preparando para bailar al ritmo del grupo Menudo. Gustavo de forma sigilosa sustraía el Long Play y nos lo muestra y comienza a pasar el clavo sobre el disco, rallándolo, la expresión de su cara riéndose hacía recordar al muñeco diabólico "Chucky". Colocó de nuevo dentro de la capa sin colocar alguna sospecha. Mis primas y hermana sin saberlo colocan el disco para tocarlo comenzado su show y se escuchaba a todo volumen en la sala de la casa:
"Paso día y noche, corriendo por ti,
En mi moto doy mil vueltas a tu casa,
Buscando ser feliz,
Y hago mil piruetas por llamar tu atención,
Y del ruido los vecinos y tus padres.
Ya no pueden vivir.
Súbete a mi moto, moto, moto, moto..."
Gustavo reía y celebraba su acto de venganza contagiándonos también a reírnos. Quienes gritaban quejándose eran mis primas, su regalo más preciado había sido estropeado. Mi tía María, aparece en la sala y pregunta que estaba sucediendo, mis primas llorando acusan a su hermano Gustavo de haber rallado el disco de Menudo. El tío Eduardo escuchaba lo sucedido en el comedor y aparece con una correa a la que llamaba de "Beethoven", Gustavo ya sabía que iba a suceder..."Chico malcriado, para que no lo hagas otra vez..." decía el tío Eduardo. Mi primo Gustavo recibió dos latigazos y el llanto por el dolor se mezclaban con su característica risa cachacienta cuando realizaba alguna travesura.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Un jugo muy especial


Los fines de semana, casi siempre la familia estaba reunida. El día domingo de cada quincena, mis padres realizaban lo que nosotros llamábamos de "hacer el mercado", las compras eran de todos los alimentos que se necesitaban en casa. No hacía falta que mis padres nos pidieran para acompañarlos, quien quería ya estaba sentado en el carro para ayudarlos, ya que posteriormente recibiríamos una jugosa recompensa. El recorrido era corto, el mercado número 2 de Surquillo era el escogido. El bullicio característico de todo mercado con los vendedores ofreciendo a voz de cuello sus productos, gente recorriendo por los pasadizos de los puestos con sus canastas para llevar las compras del día. Mi madre era la encargada de hacer las compras, con un listado en manos, se ubicaba en unos de sus puestos favoritos..."buenos días cacerita..." Le saludaba la vendedora y mi madre comenzaba a dictar los productos que iba a comprar. Mientras ella estaba ocupada con esas compras, mi padre nos llevaba a los puestos de jugos. Se podía sentir los aromas de las frutas, de la miel y del sonido estruendoso del motor de la licuadora. Nos sentábamos en unos banquitos de madera alrededor del mostrador. La pizarra con los nombres de los jugos y sus precios estaba ubicada en un lugar estratégico y el encargado, a quien llamábamos de "Juguero", estaba listo para recibir la orden y prepararnos lo que le indicábamos, en efecto, mi padre pedía para nosotros un jugo que se llamaba "El especial". El "juguero" ya tenía previamente cortadas las frutas en un pequeño vaso con tiras de zanahoria y beterraga. De forma magistral colocaba en el vaso de la licuadora cada componente, agregaba el agua de piña que estaba en un recipiente, un toque de azúcar y un chorro de leche. Nosotros mirábamos con ansias que terminase y saborear el jugo. Para finalizar, mientras licuaba agregaba un huevo crudo y un toque de algarrobina. Colocaba unos vasos de vidrio de gran tamaño en fila india enfrente de nuestras narices y con maestría vertía el jugo a través de un colador. Bebíamos el jugo y la mistura de las frutas provocaba una sensación indescriptible en nuestro paladar, era nuestro primer "desayuno", mi padre también hacia parte de ese ritual semanal que con satisfacción ofrecía a sus hijos. Para recrear esa etapa de mi niñez, de vez en cuando me preparo ese tipo de jugo, con solo saborear me transporta de forma mágica para aquella mañana en el mercado de Surquillo.

jueves, 30 de septiembre de 2021

La frazada Lustradora


Cuando teníamos pocos meses de haber ingresado al colegio, siempre nos pasaban revista de cuadra, cama y ropero. El teniente de compañía era el encargado de la revisión, él daba su veredicto, todo debía estar impecable. Para no tener problemas, y dejar el piso de la cuadra como un “espejo” se empleaba a un voluntario para ser llevado dentro de una frazada y ser arrastrado por todo el piso de la cuadra. Había un cadete pequeñito muy parlanchín apellidado Villalba Saldaña “feto”, que casi siempre era quien se prestaba para hacer el lustrado. Todo el personal de la cuadra tomaba parte, el cadete Villalba era llevado de arriba para abajo, al final de aquella “faena” siempre acaba “apanado” y nunca supo que la frazada que se usaba era suya.

Los borceguies perdidos


En la época que estudiábamos el 4to. año, tuvimos un enfrentamiento con las “vacas” de la 37, y el jefe de batallón decretó que nos castiguen por falta a la autoridad, después de la “hora de cadete” fuimos directo al estadio en donde corrimos sin parar hasta bordear la medianoche y después sin tiempo para darnos un baño, tuvimos que dormir con el uniforme puesto. A partir de ese hecho, nos cambiaron de monitores y nos enviaron a los más “matones” para calmar nuestro vejamen. Para tan mala suerte, a la 9na. sección le tocó bailar con la más fea, enviaron al panameño Vega, un moreno que medía 1.90, al lado de él parecíamos soldaditos de plomo. Nadie se le podía empalar, y todos los domingos por la noche nos pasaba revista en pijama y nos castigaba con el colgador en la mano. Ya cansados de esa rutina dolorida alguien de la cuadra decidió romper el interruptor, tuvimos que cambiarnos de ropa a oscuras por varios meses, todo ello era para evitar aquel maltrato. La venganza más recordada con mucha jocosidad hasta el día de hoy fue la substracción de los apreciados borceguíes de paracaidista, del monitor Vega y que todos los llamaban de “panameños” porque solo ellos los usaban dentro del colegio. Una mañana cuando salimos a formar, el famoso monitor se apareció “calzando” sus sayonaras con medias, nadie podía contener la risa al ver ese espectáculo. Al siguiente año muy orondo el cadete "Beto" Sánchez lucía los famosos borceguíes “perdidos”.

Nuestros queridos profesores




En 3er. Año, en las clases de matemáticas teníamos un profesor, el cual tenía el apodo de “sérpico”, era un tipo delgado y que casi siempre usaba barba y bigote, llegó en reemplazo del profesor Astocaza, gustaba vestirse con casaca de cuero y con un pantalón de vastas acampanadas, lentes oscuros, cabello largo, y borceguíes. Era odiado y temido por los alumnos, jalaba a casi toda la sección y por ello se le tenía cólera. Un día de clase hubo un “palomilla” al que se le ocurrió la forma de “vengarse”, y no tuvo mejor manera de colocarle una masa pegajosa en su “querida” casaca…ya se imaginaran su reacción y su represalia personal, desaprobando a muchos de la sección a fin de año. Muchos tuvimos que hacer vacacional para aprobar el curso de matemáticas en pleno verano de 1983.
En 4to. Año, tuvimos al profesor de matemáticas, Vílchez , un tipo muy recto a la hora de impartir sus clases y que no gustaba de algún disturbio, nos trataba como si fuera un instructor militar, cada vez que llegaba al aula, con su compás y escuadra gigantes y se sentaba en su pupitre, pasaba lista e “invitaba” a un grupo de cadetes a abandonar el salón de clase, y siempre entre ellos estaba el famoso cadete “chanchez chanchez”, al que le decía que era mejor tenerlo lejos de su presencia porque siempre estaba haciendo cualquier cosa menos estudiar matemáticas… Alguien por ahí escuchó que el profesor lo retó a una contienda para arreglar el asunto como los hombres.
Otro profesor muy “querido”, era el del curso de Biología (4to. Año), Chávez Mego, un tipo cascarrabias, como palomillas de aquella época casi quemamos el laboratorio de Química al manipular instrumentos sin su consentimiento, y fuimos separados de las clases, solo nos quedó esperar la hora del examen final o la famosa 5ta. nota, por ahí se corrió el rumor que la prueba iba a ser difícil, y como en la novela de Mario Vargas Llosa, “La ciudad y los perros”, ciertos alumnos robaron varias pruebas de la secretaria académica y descubierto ese caso, los profesores de varios cursos tuvieron que hacer nuevos exámenes para ser impresos y cumplir con el cronograma de fin de año. Para felicidad de todos, el examen de biología no fue nada difícil y la mayoría de la sección fue aprobada, solamente quedó el recuerdo de quienes alguna vez tuvimos alma de “piromaniacos".
En 5to. Año el curso de música, el profesor era conocido como “pajarito”, un profesor más bueno que el pan, muy buena gente, asistíamos al salón de música para escuchar música clásica, el cual estaba ubicado al lado de los baños en la primera planta del pabellón de Las Américas, en donde nos daría una clase de los principales compositores, y casi todos, para no decir la mayoría nos poníamos a dormir en las bancas al ritmo de Vivaldi, Bach o Beethoven y pasar las dos horas académicas con Orfeo. Al final de año toda la sección fue aprobada con nota sobresaliente.