Cuando teníamos pocos meses de haber ingresado al colegio, siempre nos pasaban revista de cuadra, cama y ropero. El teniente de compañía era el encargado de la revisión, él daba su veredicto, todo debía estar impecable. Para no tener problemas, y dejar el piso de la cuadra como un “espejo” se empleaba a un voluntario para ser llevado dentro de una frazada y ser arrastrado por todo el piso de la cuadra. Había un cadete pequeñito muy parlanchín apellidado Villalba Saldaña “feto”, que casi siempre era quien se prestaba para hacer el lustrado. Todo el personal de la cuadra tomaba parte, el cadete Villalba era llevado de arriba para abajo, al final de aquella “faena” siempre acaba “apanado” y nunca supo que la frazada que se usaba era suya.
jueves, 30 de septiembre de 2021
Los borceguies perdidos
Nuestros queridos profesores
El dulce botín
lunes, 27 de septiembre de 2021
El avión
Tendría 4 años y hasta el día de hoy lo recuerdo. Vivíamos en Lince, en el tercer piso de la propiedad del abuelo Gregorio, "Don Goyo", era una tarde de agosto, y se podían ver las cometas volando encima de la Av. Canevaro y Garcilazo. Mi madre como era su costumbre estaba en la pequeña lavandería, retirando las ropas para después colocarlas en el cordel de la azotea. Yo estaba observando en el pequeño balcón todos los techos de las casas de la calle Garcilazo, acompañado del ruido de la lavadora como las cometas sobrevolaban y hacían piruetas al comando de los niños y jóvenes morenos que vivían en aquel lugar. Había una cometa, que todos la conocíamos de "avión", que comenzó a perder vuelo, a pesar de los esfuerzos de sus maniobristas, se escuchaban voces que iba a caer, yo seguía observando cuando de forma sorpresiva la cometa comienza a perder vuelo cayendo cerca del balcón donde estaba, quedando enredada. Toño, mi hermano mayor, apareció de modo sorpresivo con una tijera cortando el pabilo y tomando la cometa para posteriormente entrar en casa rápidamente para esconderla debajo de la cama. Yo continuaba como mudo testigo de lo que estaba sucediendo. Escuchaba voces y la aparición de tres a cuatro morenos que de manera acrobática habían subido por los techos preguntando a gritos por la cometa. La aparición de mi madre como una fiera y una escoba en manos para espantarlos a dejar el balcón. Ella me apartó y les grito que llamaría a la policía. Los morenos se esfumaron con las manos vacías y decepcionados.
El polo Mickey Mouse
Miguel desde pequeño fue un niño inquieto, siempre haciendo cualquier travesura de su edad. Pero gustaba de jugar con niños mayores que él, ya sea jugando pelota, lingo, bata o policías y ladrones. Era un líder dentro de los niños de su edad. Mi madre sufría porque cada vez que regresaba a casa, le decía: "pareces que has trapeado el piso de la calle...", él solía sonreír sin maldad y sin saber responder el por qué.
Recuerdos de niñez
Recuerdo que vivíamos en un departamento ubicado en el tercer piso de la Av. Canevaro, distrito de Lince. Era una de las tres propiedades que poseía mi abuelo Gregorio Castro Neyra, desde muy joven fue una persona emprendedora, logró comprar dos lotes, uno se quedó con él el otro lote se lo cedió a su primo hermano Florencio sin recibir algún pago. Mi abuelo construyó su propiedad para poder vivir de sus rentas de alquiler, construyó una tienda en la parte delantera del terreno con su respectiva trastienda, un corredor en el lado izquierdo que conectaba el fondo de la propiedad, el segundo y el tercer piso. La azotea quedaba en la parte de encima de la tienda y que alguna vez fue escenario de los primeros juegos con mis hermanos. Mis primeras evocaciones de niñez me trasladan al recuerdo de mi madre cuidándonos y mi padre trabajando. Cuando nací ya tenía a mis dos hermanos mayores. Mis primeras vivencias transcurrieron entre las calles de Lince y la casa de mis abuelitos maternos. Mi padre aún no poseía un carro para trasladarnos, con mi madre y hermanos realizábamos ese viaje de fin de semana a la casa de mis abuelos, siempre de ómnibus. Yo como el menor de mis hermanos era la comparsa de ellos en todo lo que hacían, por esa época teníamos nuestro televisor de blanco y negro de marca Philco, los tres nos sentábamos para ver los dibujos como “El hombre de acero, “Sombrita”, “Fantasmagórico”, “Birdman”, las series “Los invasores”, “viaje a las estrellas”, o los programas infantiles del Tío Johnny y de “Yola Polastri”, los acompañaba en cualquier juego que participaban. Veía como jugaban a las bolitas, con el trompo, los malabares que hacían con el yo-yo, los vuelos de las cometas de papel o los primeros juegos de pelota.
El pequeño departamento en que vivíamos mi padre se lo alquilaba a mi abuelo Gregorio, en el segundo piso vivía el hermano de mi padre, Cástulo y que era conocido como “Atocha”, él también era inquilino de mi abuelo, allí moraba con sus hijos “Pacho”, “Goya”, “Chabuca”, Jorge Luis y su entenado Carlos. Mi tío ya había enviudado de mi tía Yolanda. En mi memoria permanecen los pocos recuerdos que tenga de ella, cada vez que bajaba por las escaleras a jugar pasaba por la puerta del departamento en que vivían y la veía sentada en su silla trabajando en su máquina de coser, mi tío Cástulo no se volvió a casar, supo criar a sus hijos, la mejor herencia que les dejó fue una buena educación, todos ellos ahora son profesionales.
Las calles angostas del distrito es una característica que hasta el día de hoy perdura. Por aquella época se podía encontrar dentro de ese paisaje “linceño” numerosos negocios, la tienda que llamábamos de “La Pascuala”, la tienda del chino “Nico”, el restaurant “corazón contento”, la paradita de la esquina, la botica “Oriente”, “El Café Enriques”, La pollería “El Dragón”, el cine “Ollanta”, la tienda de electrodoméstico Philco, la agencia del Jockey Club del Perú.
Cuando mi padre adquiere su primer automóvil nos sentimos mis hermanos y yo los niños más felices, podíamos disfrutar de los paseos, el auto fue conocido como el carrito “verde”, de marca Datsun, de faros redondos y de una carrocería fuerte. El carro llegó para quedarse por mucho tiempo dentro de nuestra familia. Todos los fines de semana íbamos a la casa de los abuelos, casa que está ubicada en el barrio de Mirones Bajo. Llegar a la casa de mis abuelitos para nosotros era una fiesta, a parte de visitarlos y sentir su cariño, la casa se transformaba en un jardín de infancia. Disfrutábamos de jugar en su casa, porque allí podíamos intercambiar nuestros juegos infantiles con los quehaceres que se debían tener con los animales, la casa tenía esa magia que cualquier niño podía quedar encantado. Mis abuelos criaban a sus animales en el fondo de la casa. Poseían una especie de corral. Había animales de diversos tipos, aquellos animales hacían parte muchas veces del menú diario de la casa. Era una especie de “minizoológico” la pata que graznaba seguida de sus patitos, el gallo que cantaba aleteando sus alas, la gallina cacareando con sus pollitos, los conejos que saltaban de un lado al otro, y el famoso “palomar” que estaba compuesto por una infinidad de palomas de diferentes tamaños y colores de plumaje que se acurrucaban en los diferentes nidos que se habían fabricado para ese fin. A parte de la infinidad de gatos que merodeaban por el techo de la casa y de algunos perros que habitaban en la casa por aquellos años. Mis padres llamaban cariñosamente a mis abuelos como Doña "Fesha”, ella se llamaba Felicita y a mi abuelo de Don "Goyo”, él se llamaba Gregorio. Los viejitos enseñaban a sus nietos el cuidado y el cariño que se debía tener con los animales. Ellos se levantaban muy temprano para darles de comer, a cada animal se le tenía que preparar su alimento.
La hora del almuerzo era un festival, sentarse a la mesa con los abuelos y departir sus comidas pienso que son las mejores cosas que un niño puede disfrutar. Pero antes de cada almuerzo, mi abuelo nos colocaba en fila india para beber una copita con la sangre del pichón de paloma recién sacrificada y lo mezclaba con vino, nos decía: -“para que tengan la sangre fuerte y se libren de las enfermedades”-, los pichones iban a ser el almuerzo del día. Doña “Fesha” los acompañaba con tallarines rojos, y su infaltable sopa de verduras. Mi abuela gustaba de cocinar y de atender con el mejor placer a sus invitados. Todos éramos felices, disfrutábamos los fines de semana con camaradería. La casa se llenaba de gente los días de celebración por el día de la madre o del día del padre, de igual forma las fiestas de navidad eran infaltables en la casa de Doña “Fesha”, mi abuelita se esmeraba en organizar y en decorar la casa, con sus caras de Papa Noel de plástico, las guirnaldas, las luces de colores, el árbol de navidad, y lo más lindo que recuerdo con cariño y nostalgia era el pesebre que representaba el nacimiento del niño Jesús, siempre estaba ubicado en una esquina de la sala de la casa. Con el papel pintado formando cerros multicolores, y la cantidad de muñequitos que acompañaban daban el espectáculo, parecía una pintura medieval, tenía cada detalle que parecía una obra perfecta. Mi abuelo era el encargado de darle el último adiós al pavo de la cena de nochebuena, lo preparaba antes, él decía que para que la carne del pavo no quedara dura había que emborracharlo previamente, en efecto, amarraba al pavo en un lugar del corral para darle de beber. Solo quedaban él y el pavo, parecían dos amigos que se estaban despidiendo, nos hacía retirar del lugar para no ver el triste final de aquel plumífero. En todas las fiestas de navidad siempre escuchábamos los villancicos, canciones con mensajes de paz y amor, la mesa se llenaba del pavo recién horneado, el panetón, el champagne, las tazas con chocolate caliente. Antes de las doce, por orden de mi abuelita todos nos reuníamos alrededor del pesebre armado a rezar un pasaje de la Biblia y esperábamos las doce para ver al niño nacer. Luego se hacía el reparto de los regalos, y la celebración de la navidad, el sentimiento que se respiraba en el ambiente era de total felicidad.
Tiempo después la familia aumentó, la llegada de mi hermano Miguel que después creció, se unió al grupo de nietos, era el más pequeño. Los años pasaron, mis padres compraron en 1974 la casa que siempre soñaron, por aquella época nacía mi hermana Erika, los niños que éramos pasamos a ser adolescentes pero los abuelos ya comenzaban a tener los problemas de salud, mi abuela falleció en 1978 y mi abuelo en 1981, con ellos se fue toda nuestra vivencia infantil, nuestras primeras anécdotas, la forma cariñosa en que nos trataban nuestros abuelos, poco a poco desapareció el calor en que nos gustaba estar, la casa de los abuelos sin ellos ya no era lo mismo, el sonido de los animales se apagó, el ritual de las comidas también. Solo quedó la casa como un testigo mudo de aquellos años maravillosos.
El calzoncillo prestado
El cadete con prisa agarró su toalla, calzó sus sandalias y salió corriendo a los malacates para tomar el baño respectivo. Al regreso abre su ropero y comienza a buscar sus prendas interiores en este caso, su calzoncillo. Escucho un murmullo que quiebra mi siesta y escucho decir al cadete: "tamare estoy sin calzoncillo", yo estaba hechado en mi cama en el camarote de enfrente mirando su reacción. Los componentes de la manchita se juntan a él y comienzan a tratar de solucionar el problema. Miran a todos lados y preguntan si alguien tiene un calzoncillo que puedan prestar al cadete nadie responde... Me llaman y preguntan de voz baja: Paredes tienes algún calzoncillo que le puedas prestar? Y yo sin dudar les respondo que sí. La cara del cadete de angustia pasó al de felicidad. Les digo que solo es abrir mi ropero y buscarlo. Se lo entrego y le digo: "no te olvides de devolvérmelo limpio y planchado el próximo fin de semana"... ya han pasado 38 años hasta el día de hoy estoy esperando la devolución de mi calzoncillo.
EL SUEÑO DE JUANITA
Sentada en el lugar de siempre, recostada en la puerta de entrada del hostal maloliente que cada noche es nido de amor de furtivas parejas, Juanita es un personaje conocido por aquellas personas. Siempre está rodeada de sus canastas compuestas de cigarrillos, golosinas, envases de gaseosas, y diversos tipos de comida chatarra que cada noche les ofrece. Trasnocha todos los días, soportando el viento frío nocturno que cala en sus huesos pequeños de la sufrida mujer, ella conoce a la perfección a todos los personajes que transitan por el pedazo de vereda que ocupa, es como su segundo hogar, la pequeña mujer curtida por los años se quedó profundamente dormida, en espera del deseo que la acompañó desde siempre… Ver de nuevo a sus hijitos, así los llamaba a pesar del tiempo transcurrido, salieron de casa para nunca más volver, había olvidado que sus hijos ya eran hombres y no los niños que en su momento estuvieron bajo su cuidado.
Ahora quién es papayita...?
Me daba un tiempo para asistir a dichas reuniones, y comencé a cultivar algunas amistades con ex cadetes de diferentes promociones, cada reunión podría tener algunas divergencias, se podría entender que cada delegado deseaba lo mejor para su promoción, pero que finalmente terminada con mucha camaradería. Cada semana iba religiosamente a la reunión de delegados y esa fecha se dedicaba a la recta final de las olimpiadas con la disciplina de fulbito. Había que esperar nuestro turno, en esa época, éramos la última categoría, estábamos solo dos delegados, el de la 39 y yo. Nos sometimos al sorteo, saqué el papelito y salimos sorteados para comenzar el partido clasificatorio. Lo recuerdo como si fuera ayer, la frase que dijo: “Uy la 38 es papayita”, solo me quedó sonreír y decirle que los bravos se ven en la cancha… Me encargué de enviar correos electrónicos y confirmar por teléfono la asistencia de los “peloteros” de la promoción.
Me levanté temprano y alisté mis cosas, las coloqué en el maletín, tomé prestado los guantes de arquero de mi hermano, los llevaba si es que faltaba el arquero, todo ello era una premonición… Ese día como toda competencia leonciopradina, el colegio militar reunía a todas las promociones por categorías, con sus respectivas barras y la compañía de sus familiares, la fiesta estaba por comenzar, cada uno iba llegando y saludaba a los demás, la mañana transcurría y esperábamos la llegada de los demás muchachos. Nos juntamos en las gradas para espectar los partidos de las otras categorías. Logramos confirmar los 6 jugadores más tres suplentes. Salimos a la cancha debidamente uniformados, con nuestra camiseta roja y negra horizontal inspirada en un equipo brasileño El partido ya estaba por comenzar, la barra de la 38 nos alentaba a pesar de que solo eran 5 personas más los suplentes. Comenzamos con el siguiente equipo: Arturo Vargas en el arco (para luego ceder su puesto en el segundo tiempo), yo y Javier “Canguro” Morales en la defensa, John Prado, en el mediocampo y como delanteros Alberto Mendiola y Gustavo “Guto” Paredes. Nuestro contrincante, la 39, tenía una barra muy numerosa. El partido empezó con un baldazo de agua fría, en menos de 5 minutos ya estábamos perdiendo por 2-0, y otra descoordinación entre la defensa y el arquero, la 39 nos anota otro gol. Muchos pensaban que otra vez seríamos vapuleados y eliminados, el marcador no se movió y finalizó el primer tiempo 3-0. Nos reunimos en el entretiempo, y decidimos hacer cambios en el equipo, había que remontar el marcador en contra, solo teníamos 15 minutos para hacerlo. Pedí al arquero para que me ceda el puesto y aceptó, tenía los guantes que por la mañana los había colocado en mi maletín, movimos una pieza en la defensa, hizo su ingreso “Quique” Samanamud y salimos el segundo tiempo para afrontar el juego. La 39 confiada por la ventaja comenzó a jugar a voluntad pensando que nosotros ya habíamos desistido del partido y cuál sería la sorpresa que en pocos minutos anotamos nuestro primer gol y enseguida el segundo. Yo me batía como una fiera en el arco, sacando bolas increíbles y tapando cualquier ataque, la defensa comenzó a responder a la altura, los delanteros corrían más que el primer tiempo, hubo algunos cambios, para poder refrescar el equipo, hacían su ingreso “Beto” Sánchez, José "panadero" Ramos Huacho, Gino Alvez Milho, quien ingresaba daba una inyección de ánimo, que se traslucía en sus miradas, que sí podíamos ganar el partido, la adrenalina estaba en su máxima expresión, cada jugada se hacía con garra, todos marcábamos, nadie daba una pelota por perdida, el arco para la 39 se había cerrado, tanta era la emoción que la pequeña barra de la 38 conformada por “El abuelo” Williams, Virgilio Chávez, José “Pepe” Alva., Miguel Sandoval, Luiggi Eléspuru desde la tribuna, gritaban a todo pulmón... gritaban más que la adversaria. Hubo una discusión por un saque lateral, pero no pasó de un pequeño altercado. Antes de finalizar el partido empatábamos el partido. El marcador acabó con un empate de 3-3. El árbitro llamó a los capitanes y se decidió que habría un tiempo suplementario corrido con gol de “oro”, el partido acababa cuando cualquier equipo anotaba un gol.
Sonó el silbato y de nuevo estábamos en la cancha, el ganador pasaría a disputar la final de la categoría, el juego siguió su marcha con el pundonor de cada equipo, ningún jugador daba su brazo a torcer, las barras eran un espectáculo aparte. La jugada comienza en nuestra área, Javier “Canguro” Morales le da un pase magistral a “Guto” Paredes y define con un tremendo zapatazo, decretando la finalización del partido. Habíamos remontado el marcador y ganábamos con gol de “oro” 4-3. Era nuestra victoria y clasificación a la final. Todos corrimos a felicitar al autor del gol formando una pirámide humana, la alegría era indescriptible. Después estaba gritando como un loco “ahora quién es papayita…” lo gritaba golpeándome el pecho a toda la barra de la 39, la persona que había dicho la frase solo le quedó hacer un gesto de disgusto y aceptar la derrota. Clasificamos por mérito propio y con mucha vergüenza deportiva, remontando un marcador adverso. Este partido quedará grabado en las retinas de todos quienes participaron en aquella tarde deportiva. Por primera vez íbamos a disputar nuestra medalla de oro, pero eso es otra historia…
El Colegio Militar que conocí...
Transcurría el año de 1977, era el segundo gobierno militar, Francisco Morales Bermúdez nos gobernaba, yo tenía por esa época nueve años. Ese verano, mi padre llegó con un ejemplar de las revistas del Concurso de Admisión del Colegio Militar “Leoncio Prado”, se lo dio a mi hermano Carlos, más conocido en casa como “Toño”, mis hermanos y yo después le dimos una ojeada al ejemplar. En la portada de la revista estaba la foto del frontis del Colegio Militar, las fotos eran en blanco y negro, el contenido brindaba todas las bondades que la institución daría al futuro cadete, la formación académica y militar. La descripción de las instalaciones con sus respectivas fotos y los uniformes que el cadete leonciopradino vestiría durante su permanencia, durante los tres años respetivos. Mi hermano Carlos, durante El verano del 77 se dedicó a estudiar y a prepararse físicamente. Ya para comienzos de abril, haría su ingreso al Colegio Militar. La primera visita fue aquella mañana que mis padres y hermanos lo despedimos desde las rejas que separan la guardia de la Av. Costanera. Después, fue durante las visitas respectivas que tenían derecho los nuevos cadetes, pude entrar y recorrer y familiarizarme con las instalaciones del CMLP.
La estatua del patrono del Colegio, Coronel Leoncio Prado Gutiérrez, el pabellón Central, las cuadras de cadetes, la enfermería, los casinos, el comedor principal, el Patio de Armas, la pista de combate, el estadio.
Al año siguiente se repitió la rutina con mi hermano Víctor, conocido en casa como “Coqui” y seguí visitando el colegio, aparte de las conversaciones que escuchaba de mis dos hermanos, que siendo cadetes leonciopradinos hablaban con términos que no me eran familiares, “La diana”, “Los malacates”, “la hora del rancho”, “imaginaria”, “los casinos”, “estar a esta”, “cabreado”, “tirar contra”...
El tiempo pasó e hice mi ingreso al colegio militar en 1982; ya vistiendo el uniforme verde olivo haría parte de la trigésima octava promoción, curse los tres años egresando el año de 1984. Durante los tres años recorrí de punta a punta las instalaciones de la vieja Guardia Chalaça, transformada en el imponente Colegio Militar. Durante ese tiempo trascurrió mi vida de cadete entre las cuadras, que serían nuestras habitaciones, el patio de Armas en donde se formaba el batallón para pasar lista dos veces al día, el comedor de cadetes, los pabellones de aulas, el auditorio, que cada miércoles podíamos disfrutar de alguna película, el estadio de tantas competiciones deportivas, la enfermería en la cual visitaba a mis amigos convalecientes de alguna enfermedad, los casinos que visitábamos en la famosa hora de cadete, el casino de La “curvilínea” de Erika, el casino que quedaba cerca de las canchas de tenis, la pista de combate ubicada frente del pabellón Duilio Poggi, la canchita de pasto, más conocida como “La Perlita”, que está nombrada en la novela “La Ciudad y los Perros” de Mario Vargas Llosa, la Siberia, el coliseo cerrado, donde disfrutábamos los juegos de básquet de la selección del colegio, la chanchería, Los malacates, que estaban ubicadon al lado izquierdo del Pabellón Miguel Grau en donde estaba el tercer año. Allí existían los sanitarios sin puerta y que era colindante con las duchas, duchas que en sí eran tubos ubicados en el techo en tres hileras, que recorrían todo el espacio y que tenían agujeros por donde brotaba el agua salada. También fue el lugar de encuentro para marcar alguna pelea entre promociones. Para tomar baño teníamos que trasladarnos hacia ese lugar, ya sea en época de frío o calor con la toalla a la cintura y con la jabonera en la mano.
Tiempo después regresé al colegio militar, ya como ex-cadete, para reencontrarme con los amigos que formaron parte de la Trigésima Octava promoción, desfilar de nuevo, entonando el himno de la promoción y pasar por el estrado oficial... era una descripción inolvidable que solo los cadetes leonciopradinos sabemos de eso. Las fotos respectivas, las tres hurras por la promoción, los abrazos interminables con promocionales que no veíamos años y el recorrido por el colegio para recordar nuestro paso por nuestro querido CMLP.
La sorpresa fue grande, los lugares que había una vez conocido ya no existían más o estaban clausurados. La Imprenta, el salón de juegos y el casino “misio” que estaban próximos a “la canchita de La Perlita” habían dejado de funcionar. Se cambió la entrada de la enfermería. El casino que estaba ubicado en la Siberia también fue adecuado como dormitorio para albergar a los PMs (policia militar). El pabellón de la Siberia, declarado en desuso y clausurado, fue llamado así porque en ese lugar la brisa del mar golpea con más fuerza y los vientos soplan constantemente haciendo un lugar muy frío, ya sea de día o de noche. La Siberia fue el pabellón de aulas en mi época que estudié el Quinto Año. Se utilizaba solo el primer piso, era un laberinto de salones con puertas muy angostas. Estaba terminante prohibido subir por las escaleras y acceder a los pisos superiores. Quien habitaba algún cuarto en ese lugar era el Suboficial Reyme. Alguna vez quebramos la prohibición y pudimos ver de cerca y recorrer cada pedazo del famoso pabellón. Se podía observar que estaba sin mantenimiento, catres oxidados, paredes despintadas y que en algunas se podían leer parte de himnos de las diferentes armas del ejército peruano, alguna maquetas militares, en fin, un lugar que estaba en desuso sin saber el por qué. Años después se prohíbe el uso como pabellón de aulas y es clausurado definitivamente. El pabellón de Quinto Año fue ubicado en donde estaba la canchita de la Perlita, haciendo que esta desapareciera definitivamente. Así también me dí con la sorpresa que “los malacates” dejaron de funcionar, han colocado una puerta con las cerraduras selladas, del mismo modo la pista de combate ha sido reducida para colocar una cancha para jugar fulbito y básquet.
No vamos a esperar que los lugares que conocimos algunas veces desaparezcan del paisaje leonciopradino, tenemos que hacer algo para que ello no suceda, no quiero que en alguna visita me encuentre con un letrero que diga “clausurado” o prohibido el ingreso al Colegio Militar ”Leoncio Prado” definitivamente…
Recuerdos Leonciopradinos
Buscando al cadete Gorn
Pa' Bravo yo !!!
Estábamos en 4to. año, ya éramos aspirantes, la tradición leonciopradina se completó con tres promociones con el ingreso de la 39 promoción en aquel año de 1983. La 9na. sección y casi la mayoría de la XXXVIII a mitad de año tuvo a los "matones" de la 37 como monitores, asignados en esa tarea por el acto de "insubordinación" y falta de respeto hacia sus técnicos. La 9na. sección tuvo a Antonio Vega como monitor, un moreno panameño a la que los pequeños componentes de la sección difícilmente podíamos empalarnos, los cadetes panameños por décadas han estudiado y han sido parte de la historia de cada promoción. Siempre destacando en deportes como atletismo, básquet y vóley y otros deportes de las diversas selecciones del CMLP. También podían destacar en Box, por tener un potente estilo físico. El monitor Vega, con su forma de ser era respetado en su promoción. Gustaba que nuestra sección esté siempre regla y formada en el patio de Armas cada vez que pasábamos revista a la hora del desayuno, almuerzo o comida.
Un día sin descanso
MARIÁTEGUI Y LA LUCHA FINAL
El presente texto corresponde a uno de los tantos artículos que José Carlos Mariátegui escribió de su experiencia vivida en Europa, el texto que vamos a analizar es del año 1925 y que eran publicados en el semanario ilustrado “Mundial”, publicación compuesta por crónicas sociales con aguda crítica política y que fueron el estilo de esta revista limeña de la época, acostumbraba a reunir a colaboraciones de personalidades.
Era una de las revistas más leídas de su época por su visión del presente (a través de reportajes políticos), el pasado (artículos de historia) y el futuro (la llamada “literatura de vanguardia” fue una de sus características). En efecto, el autor de este texto, no es el gran Mariátegui que todos conocemos, un luchador tenaz de las reformas universitarias y luchas obreras (fundador de “Amauta”, 1926-que en su momento portadora de ideales, propuestas de desarrollo del país y de soluciones para los grandes problemas nacionales- y autor de los 7 ensayos de la interpretación de la realidad peruana, 1928) sino, el de un joven y brillante intelectual inconforme de su época, con una pasión por los cambios y ávido de volcar un sinfín de conocimientos. Vuelve de Europa, de un continente que había ya sufrido su primera guerra mundial, es decir, una situación de post-guerra. Un continente que en los siguientes años iba a vivir y tener cambios sustanciales en todo orden. Viajó gracias a una beca y regresó al Perú en 1923. Residió más de dos años en Italia donde contrajo nupcias. Anduvo por Francia, Alemania, Australia y otros países. Eran tiempos del segundo gobierno de Augusto B. Leguía, que se había caracterizado por su política personalista con orientación hacia la dictadura. La “Patria Nueva”, nombre con el cual se bautizó el flamante régimen, que arremetió contra la oposición política civilista y de otros tintes políticos.El joven José Carlos Mariátegui que se vislumbraba por ser una persona dedicada a pensar y trabajar sobre la realidad peruana. Explica en una carta enviada a Enrique Espinoza (Samuel Glusberg) la afirmación de su pensamiento…“Desde Europa me concerté con algunos peruanos para la acción socialista. Mis artículos de esa época señalan las estaciones de mi orientación socialista. A mi vuelta al Perú, en 1923, en reportajes, conferencias en la Federación de Estudiantes, en la Universidad Popular, artículos, etc., expliqué la situación europea e inicié mi trabajo de investigación de la realidad nacional. Conforme al método marxista…”. Durante el gobierno de Leguía hay una bifurcación de pensamientos, se difunde la orientación socialista, especialmente con Mariátegui. En 1924 se forma el APRA, creado por Víctor Raúl Haya de la Torre bajo ideales nacionalistas y antiimperialistas.
La Europa que visitó Mariátegui comenzaba a transformarse. Alemania atravesaba por una inflación galopante, causada por las reparaciones de guerra. La clase media se proletarizó y la República de Weimar sufría el ataque tanto de la derecha como de la izquierda. Ya hacía su aparición Adolf Hitler con un golpe de Estado fallido. El fin de la Primera Guerra supuso el principio del fin del Imperio Británico. En Italia, Benito Mussolini había llevado a cabo la Marcha sobre Roma con las camisas negras de los Fasci di Combattimento (Fascio de Combate), núcleo inicial del fascismo. Rusia consolidaba la revolución bolchevique, sostenida por los soviets de obreros y militares. Lenin era su máximo exponente.
Mariátegui, brinda ahí, una lectura sobre lo que va a suceder en el viejo continente, las pretensiones imperialistas del nazismo y del fascismo que, en poco tiempo, iban a sumergir a Europa y al mundo entero en una conflagración sin precedentes.
Ahora, habiendo hilvanado al autor y su época, intentaré examinarlo, El texto a mi modo de ver, se divide en tres partes: en la primera (“las muchedumbres (...) lucha final”), Mariátegui enuncia que la lucha final puede tener dos opciones al mismo tiempo, una realidad y una ilusión. En la Segunda (el régimen colectivista (…) reemplazar”), subraya que los nuevos regímenes en Europa van a sufrir grandes transformaciones dejando de lado íconos referenciales. El tercer punto, (“sin un mito (…) no pueden vivir”), Mariátegui nos señala que todo hombre siempre estará en busca de un ideal, de un impulso vital, de vivir, es un instinto que todos poseemos, él mismo tiene esa convicción.
La Problemática del texto escrito por Mariátegui gira sobre La lucha final y habría que preguntarse si los hombres tanto del pasado y los actuales siguen en la búsqueda de una ilusión?, y ¿En qué medida los grandes cambios históricos de la humanidad han sido basados en mitos e ilusiones? Madeleine Marx, una escritora francesa de la época, reúne en un texto sus impresiones sobre la Rusia bolchevique y que lleva como título Cést la lutte finale. Frase del canto de Eugenio Portier y que adquiere un significado como la Lucha final.
Y cuál es la razón para que Madeleine Marx pregonara que el grito revolucionario que ha escuchado en Moscú fue de una esperanza?, por lo visto la revolución rusa ha logrado un cambio sustancial en el pueblo ruso. Mariátegui piensa que se van a suceder revoluciones similares no solo en Europa, sino que se podría extender hacia América, para ser más exactos a nuestro país. Dichas revoluciones van a tener protagonistas similares, la muchedumbre, la masa, el pueblo.
La explicación del texto, el primer enunciado sobre lo que Mariátegui nos señala, si las muchedumbres revolucionarias libran verdaderamente su “lucha final”, él mismo reflexiona que los hombres que están del lado del viejo orden advierten que la lucha final es una ilusión, una quimera, un sueño, una utopía. Mientras que para los entusiastas combatientes, como los describe, es una realidad. Pero, él define que el concepto de lucha final tiene dos palabras opuestas, es al mismo tiempo una realidad y una ilusión. El hombre por naturaleza está en busca de progreso, que lucha por encontrar un mejor bienestar, nada es gratuito. Las metas se cumplen sin embargo se van renovando de acuerdo a la coyuntura histórica, social y económica. Desde su punto de vista, el proletariado revolucionario vive con la idea de su lucha final mientras que la humanidad, vive con el sueño de tener su propia lucha final.
El segundo enunciado, hace referencia sobre la revolución francesa, revolución que trajo consigo cambios radicales, los hombres que lucharon por ello pensaban que era la lucha final y definitiva porque se había logrado derechos comunes para todos: libertad, igualdad y fraternidad. Mariátegui, describe que una nueva revolución asomaba con fuerza y dejaba obsoleta a la francesa, el régimen colectivista reemplazaba al régimen individualista, se estaba refiriendo a la revolución rusa. Pero añade que dentro de la revolución francesa ya se acogían las primeras ideas socialistas.
El tercer punto es muy significativo, sin un mito los hombres no pueden vivir fecundamente. El autor llega a la afirmación de que el hombre durante su existencia va a estar siempre en busca de un mito, no se sentirá realizado si no lo posee. Es su vivencia, es como su alimento diario. También refiere que el hombre que no posee condiciones intelectuales o filosóficas puede responder a la relatividad de su mito, como un cíclope, es decir, a un fanatismo. Sin tener en cuenta un razonamiento adecuado, dejando de lado la visión crítica. Solo piensa en lograr su cometido. Es una referencia al accionar que ejecuta la masa, la muchedumbre.
Podemos concluir que el tema central es el mito de la lucha final, de una fe, de una esperanza. El mito mueve al hombre a través de la historia. Ahora sabemos que Mariátegui afirmaba que sin un mito y la lucha final, la existencia del hombre no tenía ningún sentido histórico. Que la historia la hacen los hombres poseídos por una creencia superior, por una esperanza sobrehumana.