jueves, 30 de septiembre de 2021

La frazada Lustradora


Cuando teníamos pocos meses de haber ingresado al colegio, siempre nos pasaban revista de cuadra, cama y ropero. El teniente de compañía era el encargado de la revisión, él daba su veredicto, todo debía estar impecable. Para no tener problemas, y dejar el piso de la cuadra como un “espejo” se empleaba a un voluntario para ser llevado dentro de una frazada y ser arrastrado por todo el piso de la cuadra. Había un cadete pequeñito muy parlanchín apellidado Villalba Saldaña “feto”, que casi siempre era quien se prestaba para hacer el lustrado. Todo el personal de la cuadra tomaba parte, el cadete Villalba era llevado de arriba para abajo, al final de aquella “faena” siempre acaba “apanado” y nunca supo que la frazada que se usaba era suya.

Los borceguies perdidos


En la época que estudiábamos el 4to. año, tuvimos un enfrentamiento con las “vacas” de la 37, y el jefe de batallón decretó que nos castiguen por falta a la autoridad, después de la “hora de cadete” fuimos directo al estadio en donde corrimos sin parar hasta bordear la medianoche y después sin tiempo para darnos un baño, tuvimos que dormir con el uniforme puesto. A partir de ese hecho, nos cambiaron de monitores y nos enviaron a los más “matones” para calmar nuestro vejamen. Para tan mala suerte, a la 9na. sección le tocó bailar con la más fea, enviaron al panameño Vega, un moreno que medía 1.90, al lado de él parecíamos soldaditos de plomo. Nadie se le podía empalar, y todos los domingos por la noche nos pasaba revista en pijama y nos castigaba con el colgador en la mano. Ya cansados de esa rutina dolorida alguien de la cuadra decidió romper el interruptor, tuvimos que cambiarnos de ropa a oscuras por varios meses, todo ello era para evitar aquel maltrato. La venganza más recordada con mucha jocosidad hasta el día de hoy fue la substracción de los apreciados borceguíes de paracaidista, del monitor Vega y que todos los llamaban de “panameños” porque solo ellos los usaban dentro del colegio. Una mañana cuando salimos a formar, el famoso monitor se apareció “calzando” sus sayonaras con medias, nadie podía contener la risa al ver ese espectáculo. Al siguiente año muy orondo el cadete "Beto" Sánchez lucía los famosos borceguíes “perdidos”.

Nuestros queridos profesores




En 3er. Año, en las clases de matemáticas teníamos un profesor, el cual tenía el apodo de “sérpico”, era un tipo delgado y que casi siempre usaba barba y bigote, llegó en reemplazo del profesor Astocaza, gustaba vestirse con casaca de cuero y con un pantalón de vastas acampanadas, lentes oscuros, cabello largo, y borceguíes. Era odiado y temido por los alumnos, jalaba a casi toda la sección y por ello se le tenía cólera. Un día de clase hubo un “palomilla” al que se le ocurrió la forma de “vengarse”, y no tuvo mejor manera de colocarle una masa pegajosa en su “querida” casaca…ya se imaginaran su reacción y su represalia personal, desaprobando a muchos de la sección a fin de año. Muchos tuvimos que hacer vacacional para aprobar el curso de matemáticas en pleno verano de 1983.
En 4to. Año, tuvimos al profesor de matemáticas, Vílchez , un tipo muy recto a la hora de impartir sus clases y que no gustaba de algún disturbio, nos trataba como si fuera un instructor militar, cada vez que llegaba al aula, con su compás y escuadra gigantes y se sentaba en su pupitre, pasaba lista e “invitaba” a un grupo de cadetes a abandonar el salón de clase, y siempre entre ellos estaba el famoso cadete “chanchez chanchez”, al que le decía que era mejor tenerlo lejos de su presencia porque siempre estaba haciendo cualquier cosa menos estudiar matemáticas… Alguien por ahí escuchó que el profesor lo retó a una contienda para arreglar el asunto como los hombres.
Otro profesor muy “querido”, era el del curso de Biología (4to. Año), Chávez Mego, un tipo cascarrabias, como palomillas de aquella época casi quemamos el laboratorio de Química al manipular instrumentos sin su consentimiento, y fuimos separados de las clases, solo nos quedó esperar la hora del examen final o la famosa 5ta. nota, por ahí se corrió el rumor que la prueba iba a ser difícil, y como en la novela de Mario Vargas Llosa, “La ciudad y los perros”, ciertos alumnos robaron varias pruebas de la secretaria académica y descubierto ese caso, los profesores de varios cursos tuvieron que hacer nuevos exámenes para ser impresos y cumplir con el cronograma de fin de año. Para felicidad de todos, el examen de biología no fue nada difícil y la mayoría de la sección fue aprobada, solamente quedó el recuerdo de quienes alguna vez tuvimos alma de “piromaniacos".
En 5to. Año el curso de música, el profesor era conocido como “pajarito”, un profesor más bueno que el pan, muy buena gente, asistíamos al salón de música para escuchar música clásica, el cual estaba ubicado al lado de los baños en la primera planta del pabellón de Las Américas, en donde nos daría una clase de los principales compositores, y casi todos, para no decir la mayoría nos poníamos a dormir en las bancas al ritmo de Vivaldi, Bach o Beethoven y pasar las dos horas académicas con Orfeo. Al final de año toda la sección fue aprobada con nota sobresaliente.

El dulce botín



Por las noches, en las cuadras hacían siempre su aparición los famosos “malacates”, era el personal civil que hacía diversos trabajos en el colegio y para obtener un dinero extra vendía todo tipo de golosinas que era ofrecida a los cadetes. Llegaban con sus cajas llenas y se retiraban contentos por su venta nocturna. Burlaban la seguridad de suboficiales y oficiales, porque estaba prohibido que personal civil tuviera presencia en las cuadras.

En la 9na sección, teníamos un grupo que se autodenominó la “manchita”, hacían sin números de travesuras propios de su edad. Y en una de esas noches decidieron conseguir aquellas golosinas sin hacer pago alguno, llamaron al malacate dentro de la cuadra y lo entretuvieron preguntando los productos que vendía, cuando él menos imaginaba era cubierto por una frazada y de forma inmediata la manchita desaparecía llevándose el “dulce” botín, a raíz de aquel episodio por un tiempo los malacates desaparecieron, no podían quejarse porque el negocio que realizaban no estaba permitido. Meses después hacían su aparición pero con mucho sigilo para no ser víctimas otra vez del famoso “grupito”.

lunes, 27 de septiembre de 2021

El avión


Tendría 4 años y hasta el día de hoy lo recuerdo. Vivíamos en Lince, en el tercer piso de la propiedad del abuelo Gregorio, "Don Goyo", era una tarde de agosto, y se podían ver las cometas volando encima de la Av. Canevaro y Garcilazo. Mi madre como era su costumbre estaba en la pequeña lavandería, retirando las ropas para después colocarlas en el cordel de la azotea. Yo estaba observando en el pequeño balcón todos los techos de las casas de la calle Garcilazo, acompañado del ruido de la lavadora como las cometas sobrevolaban y hacían piruetas al comando de los niños y jóvenes morenos que vivían en aquel lugar. Había una cometa, que todos la conocíamos de "avión", que comenzó a perder vuelo, a pesar de los esfuerzos de sus maniobristas, se escuchaban voces que iba a caer, yo seguía observando cuando de forma sorpresiva la cometa comienza a perder vuelo cayendo cerca del balcón donde estaba, quedando enredada. Toño, mi hermano mayor, apareció de modo sorpresivo con una tijera cortando el pabilo y tomando la cometa para posteriormente entrar en casa rápidamente para esconderla debajo de la cama. Yo continuaba como mudo testigo de lo que estaba sucediendo. Escuchaba voces y la aparición de tres a cuatro morenos que de manera acrobática habían subido por los techos preguntando a gritos por la cometa. La aparición de mi madre como una fiera y una escoba en manos para espantarlos a dejar el balcón. Ella me apartó y les grito que llamaría a la policía. Los morenos se esfumaron con las manos vacías y decepcionados.

La cometa permaneció escondida debajo de la cama, como un nuevo juguete, mis hermanos Toño y Coqui decidieron llevarla a la casa de los abuelos en Mirones Bajo. Y un fin de semana hizo su aparición el tío Edmundo con la combi del abuelo "Don Goyo". Para evitar cualquier problema y alguien viera "el avión" perdido, mis hermanos la cubrieron con una manta y de forma cuidadosa la bajaron por las escaleras hasta introducirla en la combi. Partimos como era la costumbre de todos los fines de semana hacia la casa de los abuelos. Las caras de satisfacción y de alegría podía percibir en mis hermanos, ya tenían un nuevo juguete para poder disfrutar el fin de semana. Compraron una madeja de pabilo y la hicieron volar cerca del colegio, que quedaba cerca a la casa de los abuelos, yo contemplaba como ellos se divertían a sus anchas haciendo volar "el avión" que nunca más voló por las calles de Lince...

El polo Mickey Mouse


Miguel desde pequeño fue un niño inquieto, siempre haciendo cualquier travesura de su edad. Pero gustaba de jugar con niños mayores que él, ya sea jugando pelota, lingo, bata o policías y ladrones. Era un líder dentro de los niños de su edad. Mi madre sufría porque cada vez que regresaba a casa, le decía: "pareces que has trapeado el piso de la calle...", él solía sonreír sin maldad y sin saber responder el por qué.

Eran tiempos que la familia se visitaba, recibíamos con alegría a los tíos, primos y familiares en casa, por aquella época de los años 80. El tío Benjamín y la tía Hilda siempre solían visitarnos y compartir con mis padres largas conversaciones y que años después se convierten en compadres haciendo más profundo esa amistad familiar. Ellos solían viajar a los Estados Unidos a visitar a su única hija que residía en ese país. En uno de sus tantos viajes, la tía Hilda trae algunos recuerdos de su visita a Disneyworld y le entrega a mi hermano Miguel un polo del ratón famoso Mickey Mouse, no fue casual ese regalo, ya que el nombre de aquella caricatura famosa era el nombre Miguel en inglés.
Mi hermano no esperó alguna ocasión para poder lucir el polo nuevo, recibió de las manos de mi tía agradeciendo y en ese momento desgarró la bolsa y se colocó el polo.
No sé que habrá pasado en la cabeza de mi hermano Miguel, que decidió usar el polo de Mickey Mouse todos los días, el niño que fue por esa época lo usaría como una "marca registrada". No esperaba que mi madre lavase aquel valioso regalo, ya que lo utilizaba de forma diaria, después del colegio y todos los fines de semana era la prenda favorita a utilizar.

Todas las noches, en la lavandería del jardín cantando lavaba de manera secreta su polo de Mickey y lo colgaba en el cordel para posteriormente vestirlo en casa o en la calle jugando con sus amigos. El polo amarillo que fue, comenzó a perder el color y la figura del famoso ratoncito comenzó a desgastarse, el uso diario y frecuente le comenzaba a pasarle factura, pero para Miguel no había problema en seguir usándolo. El tiempo transcurrió, el niño que fue creció y el deterioro del uso hizo que el famoso polo nunca más fuera usado por él. Ni mis padres, hermanos ni yo le preguntamos que había sucedido con su polo favorito, Mickey Mouse desapareció de la noche a la mañana sin dejar rastros...

Recuerdos de niñez


Recuerdo que vivíamos en un departamento ubicado en el tercer piso de la Av. Canevaro, distrito de Lince. Era una de las tres propiedades que poseía mi abuelo Gregorio Castro Neyra, desde muy joven fue una persona emprendedora, logró comprar dos lotes, uno se quedó con él el otro lote se lo cedió a su primo hermano Florencio sin recibir algún pago. Mi abuelo construyó su propiedad para poder vivir de sus rentas de alquiler, construyó una tienda en la parte delantera del terreno con su respectiva trastienda, un corredor en el lado izquierdo que conectaba el fondo de la propiedad, el segundo y el tercer piso. La azotea quedaba en la parte de encima de la tienda y que alguna vez fue escenario de los primeros juegos con mis hermanos. Mis primeras evocaciones de niñez me trasladan al recuerdo de mi madre cuidándonos y mi padre trabajando. Cuando nací ya tenía a mis dos hermanos mayores. Mis primeras vivencias transcurrieron entre las calles de Lince y la casa de mis abuelitos maternos. Mi padre aún no poseía un carro para trasladarnos, con mi madre y hermanos realizábamos ese viaje de fin de semana a la casa de mis abuelos, siempre de ómnibus. Yo como el menor de mis hermanos era la comparsa de ellos en todo lo que hacían, por esa época teníamos nuestro televisor de blanco y negro de marca Philco, los tres nos sentábamos para ver los dibujos como “El hombre de acero, “Sombrita”, “Fantasmagórico”, “Birdman”, las series “Los invasores”, “viaje a las estrellas”, o los programas infantiles del Tío Johnny y de “Yola Polastri”, los acompañaba en cualquier juego que participaban. Veía como jugaban a las bolitas, con el trompo, los malabares que hacían con el yo-yo, los vuelos de las cometas de papel o los primeros juegos de pelota.

Vivíamos entre las calles Francisco de Zela y Garcilazo de la Vega. A pocas cuadras estaba el Parque Ramón Castilla, al cual acudíamos en grupo conformado por los primos que vivían en el mismo barrio, “Toño” y “Coqui”, mis dos hermanos, mis primos Rodolfo ”perita”, Jorge Luis, y otros chicos de nuestra edad que vivían en la misma cuadra, mi hermano “Toño” decía que éramos la “pandilla crí-crí-crí”. En el parque podíamos sentirnos dueños de la situación, jugábamos sin medir el tiempo, sin ninguna preocupación, comíamos todo lo que los vendedores ofrecían: canchita, barquillos, algodón, manzana acaramelada, marcianos de fruta, eran tiempos que podíamos disfrutar sin peligro. También hacíamos recorridos jalando nuestros carritos de juguete por las diferentes calles de Lince, podíamos alejarnos de casa sin medir las consecuencias, una vez llegamos hasta el parque “Matamula” lo que hoy se conoce como el parque de los Próceres. Los primeros días de escuela las pasé en un pequeño colegio llamado “San Pablo”, lugar en donde recuerdo que me sentaba en unas bancas a cantar y a pintar. Mis hermanos iban al colegio “Santa María Cleofé” que estaba en la calle León Velarde.

El pequeño departamento en que vivíamos mi padre se lo alquilaba a mi abuelo Gregorio, en el segundo piso vivía el hermano de mi padre, Cástulo y que era conocido como “Atocha”, él también era inquilino de mi abuelo, allí moraba con sus hijos “Pacho”, “Goya”, “Chabuca”, Jorge Luis y su entenado Carlos. Mi tío ya había enviudado de mi tía Yolanda. En mi memoria permanecen los pocos recuerdos que tenga de ella, cada vez que bajaba por las escaleras a jugar pasaba por la puerta del departamento en que vivían y la veía sentada en su silla trabajando en su máquina de coser, mi tío Cástulo no se volvió a casar, supo criar a sus hijos, la mejor herencia que les dejó fue una buena educación, todos ellos ahora son profesionales.

Las calles angostas del distrito es una característica que hasta el día de hoy perdura. Por aquella época se podía encontrar dentro de ese paisaje “linceño” numerosos negocios, la tienda que llamábamos de “La Pascuala”, la tienda del chino “Nico”, el restaurant “corazón contento”, la paradita de la esquina, la botica “Oriente”, “El Café Enriques”, La pollería “El Dragón”, el cine “Ollanta”, la tienda de electrodoméstico Philco, la agencia del Jockey Club del Perú.

Cuando mi padre adquiere su primer automóvil nos sentimos mis hermanos y yo los niños más felices, podíamos disfrutar de los paseos, el auto fue conocido como el carrito “verde”, de marca Datsun, de faros redondos y de una carrocería fuerte. El carro llegó para quedarse por mucho tiempo dentro de nuestra familia. Todos los fines de semana íbamos a la casa de los abuelos, casa que está ubicada en el barrio de Mirones Bajo. Llegar a la casa de mis abuelitos para nosotros era una fiesta, a parte de visitarlos y sentir su cariño, la casa se transformaba en un jardín de infancia. Disfrutábamos de jugar en su casa, porque allí podíamos intercambiar nuestros juegos infantiles con los quehaceres que se debían tener con los animales, la casa tenía esa magia que cualquier niño podía quedar encantado. Mis abuelos criaban a sus animales en el fondo de la casa. Poseían una especie de corral. Había animales de diversos tipos, aquellos animales hacían parte muchas veces del menú diario de la casa. Era una especie de “minizoológico” la pata que graznaba seguida de sus patitos, el gallo que cantaba aleteando sus alas, la gallina cacareando con sus pollitos, los conejos que saltaban de un lado al otro, y el famoso “palomar” que estaba compuesto por una infinidad de palomas de diferentes tamaños y colores de plumaje que se acurrucaban en los diferentes nidos que se habían fabricado para ese fin. A parte de la infinidad de gatos que merodeaban por el techo de la casa y de algunos perros que habitaban en la casa por aquellos años. Mis padres llamaban cariñosamente a mis abuelos como Doña "Fesha”, ella se llamaba Felicita y a mi abuelo de Don "Goyo”, él se llamaba Gregorio. Los viejitos enseñaban a sus nietos el cuidado y el cariño que se debía tener con los animales. Ellos se levantaban muy temprano para darles de comer, a cada animal se le tenía que preparar su alimento.

La hora del almuerzo era un festival, sentarse a la mesa con los abuelos y departir sus comidas pienso que son las mejores cosas que un niño puede disfrutar. Pero antes de cada almuerzo, mi abuelo nos colocaba en fila india para beber una copita con la sangre del pichón de paloma recién sacrificada y lo mezclaba con vino, nos decía: -“para que tengan la sangre fuerte y se libren de las enfermedades”-, los pichones iban a ser el almuerzo del día. Doña “Fesha” los acompañaba con tallarines rojos, y su infaltable sopa de verduras. Mi abuela gustaba de cocinar y de atender con el mejor placer a sus invitados. Todos éramos felices, disfrutábamos los fines de semana con camaradería. La casa se llenaba de gente los días de celebración por el día de la madre o del día del padre, de igual forma las fiestas de navidad eran infaltables en la casa de Doña “Fesha”, mi abuelita se esmeraba en organizar y en decorar la casa, con sus caras de Papa Noel de plástico, las guirnaldas, las luces de colores, el árbol de navidad, y lo más lindo que recuerdo con cariño y nostalgia era el pesebre que representaba el nacimiento del niño Jesús, siempre estaba ubicado en una esquina de la sala de la casa. Con el papel pintado formando cerros multicolores, y la cantidad de muñequitos que acompañaban daban el espectáculo, parecía una pintura medieval, tenía cada detalle que parecía una obra perfecta. Mi abuelo era el encargado de darle el último adiós al pavo de la cena de nochebuena, lo preparaba antes, él decía que para que la carne del pavo no quedara dura había que emborracharlo previamente, en efecto, amarraba al pavo en un lugar del corral para darle de beber. Solo quedaban él y el pavo, parecían dos amigos que se estaban despidiendo, nos hacía retirar del lugar para no ver el triste final de aquel plumífero. En todas las fiestas de navidad siempre escuchábamos los villancicos, canciones con mensajes de paz y amor, la mesa se llenaba del pavo recién horneado, el panetón, el champagne, las tazas con chocolate caliente. Antes de las doce, por orden de mi abuelita todos nos reuníamos alrededor del pesebre armado a rezar un pasaje de la Biblia y esperábamos las doce para ver al niño nacer. Luego se hacía el reparto de los regalos, y la celebración de la navidad, el sentimiento que se respiraba en el ambiente era de total felicidad.

Tiempo después la familia aumentó, la llegada de mi hermano Miguel que después creció, se unió al grupo de nietos, era el más pequeño. Los años pasaron, mis padres compraron en 1974 la casa que siempre soñaron, por aquella época nacía mi hermana Erika, los niños que éramos pasamos a ser adolescentes pero los abuelos ya comenzaban a tener los problemas de salud, mi abuela falleció en 1978 y mi abuelo en 1981, con ellos se fue toda nuestra vivencia infantil, nuestras primeras anécdotas, la forma cariñosa en que nos trataban nuestros abuelos, poco a poco desapareció el calor en que nos gustaba estar, la casa de los abuelos sin ellos ya no era lo mismo, el sonido de los animales se apagó, el ritual de las comidas también. Solo quedó la casa como un testigo mudo de aquellos años maravillosos.

El calzoncillo prestado



Era 3er año en una de las cuadras del pabellón Duilio Poggi, una tarde cualquiera después del almuerzo, descansando en la cuadra, aproveché para hacer una pequeña siesta antes del llamado del Sub-Oficial Uchuypoma para las clases Pre-militar. De pronto, entra de forma rauda el cadete que pertenecía a "la manchita" de la 9na sección a la cuadra, abre su ropero y coloca su uniforme de salida encima de su cama, alguien de la sección le pregunta que estaba haciendo y él le responde que tiene permiso de salida para regresar de noche. Cualquier cadete podría pedir una salida extraordinaria por cumpleaños o por otro motivo y que el Sub-oficial a cargo daba el visto bueno y el permiso a través de una papeleta que debía entregarse en la guardia que era sellado y firmado por el oficial de guardia.

El cadete con prisa agarró su toalla, calzó sus sandalias y salió corriendo a los malacates para tomar el baño respectivo. Al regreso abre su ropero y comienza a buscar sus prendas interiores en este caso, su calzoncillo. Escucho un murmullo que quiebra mi siesta y escucho decir al cadete: "tamare estoy sin calzoncillo", yo estaba hechado en mi cama en el camarote de enfrente mirando su reacción. Los componentes de la manchita se juntan a él y comienzan a tratar de solucionar el problema. Miran a todos lados y preguntan si alguien tiene un calzoncillo que puedan prestar al cadete nadie responde... Me llaman y preguntan de voz baja: Paredes tienes algún calzoncillo que le puedas prestar? Y yo sin dudar les respondo que sí. La cara del cadete de angustia pasó al de felicidad. Les digo que solo es abrir mi ropero y buscarlo. Se lo entrego y le digo: "no te olvides de devolvérmelo limpio y planchado el próximo fin de semana"... ya han pasado 38 años hasta el día de hoy estoy esperando la devolución de mi calzoncillo. 

EL SUEÑO DE JUANITA



Sentada en el lugar de siempre, recostada en la puerta de entrada del hostal maloliente que cada noche es nido de amor de furtivas parejas, Juanita es un personaje conocido por aquellas personas. Siempre está rodeada de sus canastas compuestas de cigarrillos, golosinas, envases de gaseosas, y diversos tipos de comida chatarra que cada noche les ofrece. Trasnocha todos los días, soportando el viento frío nocturno que cala en sus huesos pequeños de la sufrida mujer, ella conoce a la perfección a todos los personajes que transitan por el pedazo de vereda que ocupa, es como su segundo hogar, la pequeña mujer curtida por los años se quedó profundamente dormida, en espera del deseo que la acompañó desde siempre… Ver de nuevo a sus hijitos, así los llamaba a pesar del tiempo transcurrido, salieron de casa para nunca más volver, había olvidado que sus hijos ya eran hombres y no los niños que en su momento estuvieron bajo su cuidado.


La última vez que estuvieron juntos fue cuando la trajinada mujer invadió un lugar para vivir llamado “La Tablada”, lugar rodeado de arenales, en donde el sol en la época de verano hacía que el arenal se convierta en un verdadero horno, difícil de soportar sin los servicios básicos que cualquier lugar podría tener, es una zona alejada de la gran ciudad, como ella había muchos casos de madres solteras, parejas de jóvenes que no tenían donde morar, la esperanza de poseer un lugar en donde cobijar sus cuerpos. Juanita con los pocos recursos que tenía logró levantar un pequeño cerco del terreno que tomó posesión, se las ingenió para tener su “casita”, como ella siempre le gustaba llamarla. No sabía si ese esfuerzo valía la pena, pasaba las noches con mucha melancolía, sentarse en la mesa y ver que no había nadie a su alrededor hacía siempre derramar las pocas lágrimas que le quedaban. No tenía televisor, solo un pequeño radio a pilas que recibió de regalo por el día de la madre, lo encendía para tener un poco de sonido en casa.

El pequeño cuerpo de la mujer todavía tiene fuerzas para seguir en la brega, a pesar de trabajar en las mañanas como doméstica ocupa un sitio en la esquina de aquel barrio populoso, lo hacía con fin de olvidar que tenía hijos, olvidar que tiene una pena ausente y por ello prefería pasar el resto del día lejos de casa, recordarlos hacía que la pobre mujer siga sufriendo la vida que llevaba. Comparte las noches con gente de mal vivir: rateritos, fumones y prostitutas cada bloque de cemento de aquella calle.

Lamentándose de su mala suerte…
¿Qué habré hecho mal, por qué Dios me paga así?, siempre se preguntaba… Sabes Juan, es mejor estar muerta, porque vivir con este dolor que me aflige y recordar que alguna vez tuve hijos me deprime, es un sufrimiento tan profundo que difícilmente podré borrarlo. No saber de ellos, si comen, si duermen, si alguna vez recordaron que tuvieron una madre… yo ya no tendría control de mí, haría cualquier locura como el de aventarme debajo de las llantas de cualquier auto que pase por la avenida, pero antes me tomaría una botella de cualquier licor barato para emborracharme.

Desde que tuvo uso de razón solo supo de lavar, planchar, cocinar y hacer todos los quehaceres de casa, nació para servir y sufrir. Su baja estatura nunca le fue impedimento para realizar las cosas que le eran encomendadas. Recuerda que había nacido en la ciudad de Huacho, y que desde muy pequeña salió de aquella ciudad de la cual jamás regresó -ni para el entierro de su madre- Su vida transcurrió entre la cocina y el comedor de sus patrones de las casas donde le tocó trabajar, cada cual con sus diferentes maneras de vivir. Se las ingeniaba a pesar de que no sabía leer y escribir. Un hecho le marco para siempre, en su juventud se enamoró de un personaje de mal vivir y fruto de esa furtiva unión recuerda que engendró un niño, que luego por su ignorancia y por el temor de perder la vida, dejó que la madre de aquel maleante le arrebatara para siempre a su primer hijo, a quien nunca le dio el cariño maternal, ni siquiera lo pudo llamar por su nombre, a pesar de que en ocasiones lo observaba cuando lo llevaban al colegio, se le partía el corazón al verlo crecer lejos de su cuidado, se secaba las lágrimas y pensaba si algún día podría tocarlo y hablarle que ella era su madre, el tiempo después le dio una oportunidad. Una persona que frecuentaba la casa de sus ocasionales patrones se hizo amiga de ella y entablaron una amistad, ella más por curiosidad, porque dicha persona era una dirigente vecinal y conocía a muchas personas, cierta vez en una conversación la nueva amiga le comentó que conocía a la familia de su hijo, le dijo que podía hablar con él para marcar un encuentro. Juanita no salía de su asombro, Dios le había dado la oportunidad que como madre había buscado por mucho tiempo. La amiga pactó el encuentro, estaba nerviosa cuando lo saludó, al tratar de reconocerlo en sus recuerdos tuvo una rara sensación, ya no era lo mismo, era un abrazo frío sin ese calor que uno siente al hacerlo a una persona querida, era como ver por primera vez a un ser extraño, sus sentimientos se habían apagado, el corazón de madre no representaba nada, fue una sensación de vacío, los años le habían cicatrizado aquella herida que alguna vez representó un fuerte dolor.

La primera vivienda que tuvo en Lima fue un cuartito en la avenida Del Ejército, cerca del cuartel San Martín, un corralón tugurizado en el cual compartían un solo caño y un solo baño con las demás personas, dentro ese cuarto vivía con el padre de sus hijos de una segunda relación y sus hijos Enrique y Godofredo. No pasó mucho tiempo para dejar aquel lugar, decidió aceptar en compañía de sus hijos ser la guardiana de un pequeño edificio en la avenida Angamos, en Miraflores. Trabajó en aquel lugar por mucho tiempo, hasta que cansada de los malos tratos de las personas, prefirió volver a trabajar como empleada del hogar. Por mucho años estuvo en esa vaivén, trabajaba de lunes a sábado y los días domingos eran sus días de descanso. Descanso que los aprovechaba en visitar a sus hijos o salir con sus amigos.

Cuando las fuerzas la acompañaban, los días domingos los disfrutaba al máximo, ella era una asidua concurrente de las famosas fiestas chichas que se realizaban en la Carretera Central bailando al ritmo de los grupos tropicales de aquella época, “Chacalón y su nueva Crema”, “Los Shapis”, “Viko y su grupo “Karicia”. Cada domingo de forma religiosa se vestía con sus mejores ropas, se colocaba una blusa llamativa y pantalones ajustados de color extravagante. El maquillaje la hacía parecer un maniquí de bolsillo y para que ello no ocurra, calzaba unos suecos de doble suela que le hacía parecer de un tamaño normal. La pequeña mujer sin ninguna preocupación se deleitaba al ritmo musical, bailando y bebiendo sin parar en la compañía de sus amigos ocasionales, para ella era como una terapia semanal, conversaba, reía, enamoraba, Juanita se sentía dueña de la situación, todo ello terminaba cuando la música dejaba de tocar y las luces del local se apagaban, regresaba a casa con la preocupación que al día siguiente volvía a sus quehaceres diarios.

-Abuelita despierta, tienes que llevarnos al colegio, ya se hace tarde- Le decían las niñas. Ella seguía entumida dentro de su cama cubierta con una frazada que a las justas podía cubrirla, su perro “capone” ladraba de forma exagerada y ella continuaba sin responder, Sus nietas comienzan a sacudirla hasta que el llanto de las niñas, de repente la hizo levantar, sorprendida como si estuviera en otro lugar, su pequeño cuerpo de a pocos se reanima, se pasa las manos por sus cabellos blancos, viste una blusa que cubre su piel arrugada por los años, sus gruesas piernas calzan sus gastadas sayonaras llenas de polvo callejero, abraza con todas sus fuerzas a sus nietas que lloran juntas con ella sin preguntarles el por qué. Sintió que regresaba en el tiempo, era como una película, pero la protagonista era ella. Sus “chunchitas”, como Juanita las llamaba de cariño, eran la continuación de su vida, iba a ser la madre de ellas, todo lo que había pensado hacer una vez antes de forma errónea, lo dejaría de lado para poder darles lo mejor hasta que el cuerpo le pida un descanso y le pase la factura.

El sueño de Juanita había sido un vago recuerdo de todo lo que pasó en la vida. La compañía de sus nietas ocupa ahora el lugar de sus hijos que partieron de casa con rumbo desconocido. Solo Enrique dio noticias, estaba viviendo en Juanjuí, en un caserío alejado de la ciudad, había regresado en uno de sus viajes para dejar a sus hijas para que Juanita las cuidara, nunca quiso revelar en que trabajaba, prefirió quedar en silencio. Las noticias de su hermano ’’godo”  que Enrique dio para Juanita no eran de las más alentadoras, lo había visto una sola vez vendiendo herramientas agrícolas por los diversos caseríos de aquella zona. Desde ese encuentro, perdió todo contacto y nunca más lo volvería a ver.

Juanita como madre y mujer que siempre luchó en la vida a pesar de sus limitaciones ruega todos los días por sus hijos, a pesar de los ingratos que son con ella. Sueña que un día tendrá a toda su familia reunida en su humilde hogar, compartiendo con sus hijos y nietas, los momentos perdidos, imagina a todos sentados en una mesa disfrutando de un banquete preparado por ella. Quiere que la vida le brinde el mejor regalo que nunca recibió hasta ahora, tener a sus hijos en casa, y que nunca más se separen del seno materno.

Ahora quién es papayita...?




Siempre éramos “el patito feo” de nuestra categoría, la participación de la XXXVIII promoción en las olimpiadas de exalumnos tenía una concurrencia muy esporádica. Tal vez la culpa de todo ello, fue porque en aquel lejano año del 2003, pocos promocionales concurrían a las actividades deportivas, un pequeño grupo que se solía ver en los reencuentros. Nos daba un poco de envidia cómo las otras promociones se vanagloriaban de sus triunfos y sus atletas con orgullo lucían sus medallas obtenidas. A pesar de ser las comparsas en el cuadro de honor de las premiaciones, nuestra promoción se hacía presente y la relación con las demás promociones de la categoría se hacía más familiar. La clave en todo ello sería tener un portavoz o un delegado de deportes, quien podría estar informando de las actividades y de las fechas de las competencias. La reunión de delegados de deportes, en aquella época se hacía en las instalaciones del Círculo Militar, al mando del ex cadete leonciopradino Manuel Péndola. La reunión se empezaba pasado el mediodía. Los delegados de deportes de cada categoría se ponían de acuerdo con las programaciones, con sorteos o la forma como se estructuraba la forma de competencia.

Me daba un tiempo para asistir a dichas reuniones, y comencé a cultivar algunas amistades con ex cadetes de diferentes promociones, cada reunión podría tener algunas divergencias, se podría entender que cada delegado deseaba lo mejor para su promoción, pero que finalmente terminada con mucha camaradería. Cada semana iba religiosamente a la reunión de delegados y esa fecha se dedicaba a la recta final de las olimpiadas con la disciplina de fulbito. Había que esperar nuestro turno, en esa época, éramos la última categoría, estábamos solo dos delegados, el de la 39 y yo. Nos sometimos al sorteo, saqué el papelito y salimos sorteados para comenzar el partido clasificatorio. Lo recuerdo como si fuera ayer, la frase que dijo: “Uy la 38 es papayita”, solo me quedó sonreír y decirle que los bravos se ven en la cancha… Me encargué de enviar correos electrónicos y confirmar por teléfono la asistencia de los “peloteros” de la promoción.

Me levanté temprano y alisté mis cosas, las coloqué en el maletín, tomé prestado los guantes de arquero de mi hermano, los llevaba si es que faltaba el arquero, todo ello era una premonición… Ese día como toda competencia leonciopradina, el colegio militar reunía a todas las promociones por categorías, con sus respectivas barras y la compañía de sus familiares, la fiesta estaba por comenzar, cada uno iba llegando y saludaba a los demás, la mañana transcurría y esperábamos la llegada de los demás muchachos. Nos juntamos en las gradas para espectar los partidos de las otras categorías. Logramos confirmar los 6 jugadores más tres suplentes. Salimos a la cancha debidamente uniformados, con nuestra camiseta roja y negra horizontal inspirada en un equipo brasileño El partido ya estaba por comenzar, la barra de la 38 nos alentaba a pesar de que solo eran 5 personas más los suplentes. Comenzamos con el siguiente equipo: Arturo Vargas en el arco (para luego ceder su puesto en el segundo tiempo), yo y Javier “Canguro” Morales en la defensa, John Prado, en el mediocampo y como delanteros  Alberto Mendiola y Gustavo “Guto” Paredes. Nuestro contrincante, la 39, tenía una barra muy numerosa. El partido empezó con un baldazo de agua fría, en menos de 5 minutos ya estábamos perdiendo por 2-0, y otra descoordinación entre la defensa y el arquero, la 39 nos anota otro gol. Muchos pensaban que otra vez seríamos vapuleados y eliminados, el marcador no se movió y finalizó el primer tiempo 3-0. Nos reunimos en el entretiempo, y decidimos hacer cambios en el equipo, había que remontar el marcador en contra, solo teníamos 15 minutos para hacerlo. Pedí al arquero para que me ceda el puesto y aceptó, tenía los guantes que por la mañana los había colocado en mi maletín, movimos una pieza en la defensa, hizo su ingreso “Quique” Samanamud y salimos el segundo tiempo para afrontar el juego. La 39 confiada por la ventaja comenzó a jugar a voluntad pensando que nosotros ya habíamos desistido del partido y cuál sería la sorpresa que en pocos minutos anotamos nuestro primer gol y enseguida el segundo. Yo me batía como una fiera en el arco, sacando bolas increíbles y tapando cualquier ataque, la defensa comenzó a responder a la altura, los delanteros corrían más que el primer tiempo, hubo algunos cambios, para poder refrescar el equipo, hacían su ingreso “Beto” Sánchez, José "panadero" Ramos Huacho, Gino Alvez Milho, quien ingresaba daba una inyección de ánimo, que se traslucía en sus miradas, que sí podíamos ganar el partido, la adrenalina estaba en su máxima expresión, cada jugada se hacía con garra, todos marcábamos, nadie daba una pelota por perdida, el arco para la 39 se había cerrado, tanta era la emoción que la pequeña barra de la 38 conformada por “El abuelo” Williams, Virgilio Chávez, José “Pepe” Alva., Miguel Sandoval, Luiggi Eléspuru desde la tribuna, gritaban a todo pulmón... gritaban más que la adversaria. Hubo una discusión por un saque lateral, pero no pasó de un pequeño altercado. Antes de finalizar el partido empatábamos el partido. El marcador acabó con un empate de 3-3. El árbitro llamó a los capitanes y se decidió que habría un tiempo suplementario corrido con gol de “oro”, el partido acababa cuando cualquier equipo anotaba un gol.

Sonó el silbato y de nuevo estábamos en la cancha, el ganador pasaría a disputar la final de la categoría, el juego siguió su marcha con el pundonor de cada equipo, ningún jugador daba su brazo a torcer, las barras eran un espectáculo aparte. La jugada comienza en nuestra área, Javier “Canguro” Morales le da un pase magistral a “Guto” Paredes y define con un tremendo zapatazo, decretando la finalización del partido. Habíamos remontado el marcador y ganábamos con gol de “oro” 4-3. Era nuestra victoria y clasificación a la final. Todos corrimos a felicitar al autor del gol formando una pirámide humana, la alegría era indescriptible. Después estaba gritando como un loco “ahora quién es papayita…” lo gritaba golpeándome el pecho a toda la barra de la 39, la persona que había dicho la frase solo le quedó hacer un gesto de disgusto y aceptar la derrota. Clasificamos por mérito propio y con mucha vergüenza deportiva, remontando un marcador adverso. Este partido quedará grabado en las retinas de todos quienes participaron en aquella tarde deportiva. Por primera vez íbamos a disputar nuestra medalla de oro, pero eso es otra historia…

El Colegio Militar que conocí...




Transcurría el año de 1977, era el segundo gobierno militar, Francisco Morales Bermúdez nos gobernaba, yo tenía por esa época nueve años. Ese verano, mi padre llegó con un ejemplar de las revistas del Concurso de Admisión del Colegio Militar “Leoncio Prado”, se lo dio a mi hermano Carlos, más conocido en casa como “Toño”, mis hermanos y yo después le dimos una ojeada al ejemplar. En la portada de la revista estaba la foto del frontis del Colegio Militar, las fotos eran en blanco y negro, el contenido brindaba todas las bondades que la institución daría al futuro cadete, la formación académica y militar. La descripción de las instalaciones con sus respectivas fotos y los uniformes que el cadete leonciopradino vestiría durante su permanencia, durante los tres años respetivos. Mi hermano Carlos, durante El verano del 77 se dedicó a estudiar y a prepararse físicamente. Ya para comienzos de abril, haría su ingreso al Colegio Militar. La primera visita fue aquella mañana que mis padres y hermanos lo despedimos desde las rejas que separan la guardia de la Av. Costanera. Después, fue durante las visitas respectivas que tenían derecho los nuevos cadetes, pude entrar y recorrer y familiarizarme con las instalaciones del CMLP.

La estatua del patrono del Colegio, Coronel Leoncio Prado Gutiérrez, el pabellón Central, las cuadras de cadetes, la enfermería, los casinos, el comedor principal, el Patio de Armas, la pista de combate, el estadio.

Al año siguiente se repitió la rutina con mi hermano Víctor, conocido en casa como “Coqui” y seguí visitando el colegio, aparte de las conversaciones que escuchaba de mis dos hermanos, que siendo cadetes leonciopradinos hablaban con términos que no me eran familiares, “La diana”, “Los malacates”, “la hora del rancho”, “imaginaria”, “los casinos”, “estar a esta”, “cabreado”, “tirar contra”...

El tiempo pasó e hice mi ingreso al colegio militar en 1982; ya vistiendo el uniforme verde olivo haría parte de la trigésima octava promoción, curse los tres años egresando el año de 1984. Durante los tres años recorrí de punta a punta las instalaciones de la vieja Guardia Chalaça, transformada en el imponente Colegio Militar. Durante ese tiempo trascurrió mi vida de cadete entre las cuadras, que serían nuestras habitaciones, el patio de Armas en donde se formaba el batallón para pasar lista dos veces al día, el comedor de cadetes, los pabellones de aulas, el auditorio, que cada miércoles podíamos disfrutar de alguna película, el estadio de tantas competiciones deportivas, la enfermería en la cual visitaba a mis amigos convalecientes de alguna enfermedad, los casinos que visitábamos en la famosa hora de cadete, el casino de La “curvilínea” de Erika, el casino que quedaba cerca de las canchas de tenis, la pista de combate ubicada frente del pabellón Duilio Poggi, la canchita de pasto, más conocida como “La Perlita”, que está nombrada en la novela “La Ciudad y los Perros” de Mario Vargas Llosa, la Siberia, el coliseo cerrado, donde disfrutábamos los juegos de básquet de la selección del colegio, la chanchería, Los malacates, que estaban ubicadon al lado izquierdo del Pabellón Miguel Grau en donde estaba el tercer año. Allí existían los sanitarios sin puerta y que era colindante con las duchas, duchas que en sí eran tubos ubicados en el techo en tres hileras, que recorrían todo el espacio y que tenían agujeros por donde brotaba el agua salada. También fue el lugar de encuentro para marcar alguna pelea entre promociones. Para tomar baño teníamos que trasladarnos hacia ese lugar, ya sea en época de frío o calor con la toalla a la cintura y con la jabonera en la mano.

Tiempo después regresé al colegio militar, ya como ex-cadete, para reencontrarme con los amigos que formaron parte de la Trigésima Octava promoción, desfilar de nuevo, entonando el himno de la promoción y pasar por el estrado oficial... era una descripción inolvidable que solo los cadetes leonciopradinos sabemos de eso. Las fotos respectivas, las tres hurras por la promoción, los abrazos interminables con promocionales que no veíamos años y el recorrido por el colegio para recordar nuestro paso por nuestro querido CMLP.

La sorpresa fue grande, los lugares que había una vez conocido ya no existían más o estaban clausurados. La Imprenta, el salón de juegos y el casino “misio” que estaban próximos a “la canchita de La Perlita” habían dejado de funcionar. Se cambió la entrada de la enfermería. El casino que estaba ubicado en la Siberia también fue adecuado como dormitorio para albergar a los PMs (policia militar). El pabellón de la Siberia, declarado en desuso y clausurado, fue llamado así porque en ese lugar la brisa del mar golpea con más fuerza y los vientos soplan constantemente haciendo un lugar muy frío, ya sea de día o de noche. La Siberia fue el pabellón de aulas en mi época que estudié el Quinto Año. Se utilizaba solo el primer piso, era un laberinto de salones con puertas muy angostas. Estaba terminante prohibido subir por las escaleras y acceder a los pisos superiores. Quien habitaba algún cuarto en ese lugar era el Suboficial Reyme. Alguna vez quebramos la prohibición y pudimos ver de cerca y recorrer cada pedazo del famoso pabellón. Se podía observar que estaba sin mantenimiento, catres oxidados, paredes despintadas y que en algunas se podían leer parte de himnos de las diferentes armas del ejército peruano, alguna maquetas militares, en fin, un lugar que estaba en desuso sin saber el por qué. Años después se prohíbe el uso como pabellón de aulas y es clausurado definitivamente. El pabellón de Quinto Año fue ubicado en donde estaba la canchita de la Perlita, haciendo que esta desapareciera definitivamente. Así también me dí con la sorpresa que “los malacates” dejaron de funcionar, han colocado una puerta con las cerraduras selladas, del mismo modo la pista de combate ha sido reducida para colocar una cancha para jugar fulbito y básquet.

No vamos a esperar que los lugares que conocimos algunas veces desaparezcan del paisaje leonciopradino, tenemos que hacer algo para que ello no suceda, no quiero que en alguna visita me encuentre con un letrero que diga “clausurado” o prohibido el ingreso al Colegio Militar ”Leoncio Prado” definitivamente…

Recuerdos Leonciopradinos



Hay un dicho que "todo tiempo pasado fue mejor..." recordar uno de los mejores momentos que viví en parte de mi adolescencia, están enmarcados en los tres años que estudié en el Colegio Militar "Leoncio Prado". En aquel lejano año de 1982, el muchacho delgado y pequeño de estatura que fui y que frisaba los 13 años se convertiría en un cadete leonciopradino, siguiendo la tradición familiar (dos años antes mis dos hermanos mayores ya habían egresado).

El colegio militar fue por tres años consecutivos nuestro hogar, jóvenes de todos los rincones del Perú llegaban a estudiar. Así como yo había muchachos con las mismas inquietudes, la primera formación y la presentación de nuestros instructores militares sería el comienzo de nuestra vida castrense. A paso ligero y por secciones nos ubicaríamos en los pabellones Miguel Grau y Duilio Poggi.

Tendríamos que adaptarnos rápidamente al régimen militar. Las vestimentas verde olivo y las botas (borceguíes) formarían parte de nuestro uniforme diario. Dormir en camarotes, tener un ropero asignado en los dormitorios a los cuales se les llamaba " cuadras", cada cadete se encargaría de mantener su cama y ropero en "regla", el sub oficial de sección pasaría revisión diaria de los mismos. Levantarnos temprano al "toque " de Diana, salir a recorrer en buzo todas las mañanas las calles de la Perla para luego tomar un baño de agua fría y salada en los "malacates", formar en el patio de armas para pasar "rancho" era el ritual diario. Los ejercicios físicos sin armas, las clases pre-militar con los sub-oficiales formaba parte de todas las enseñanzas recibidas.

Dentro de la cuadra, las salas de aula o en donde siempre se reunía un grupo de sección o de promoción seríamos una familia, empezaríamos a conocernos, cada uno con su propia forma de ser y de pensar, la convivencia de "promoción" se convertiría en una hermandad. Los adolescentes podían encontrar al hermano, amigo, primo que nunca tuvieron, dentro de la disciplina como factor primordial. Esa vivencia lejos del hogar hicieron que aquellos jóvenes ejercieran una madurez, como pocos chicos de su edad.

Ser parte de una promoción significa ser parte de una familia que a través de los años, el vínculo se incrementa y se hace más profundo. Ello lo podemos ver y sentir en cada reencuentro leonciopradino, las demostraciones de afecto son inimaginables, esa es la vivencia que te brinda el colegio militar. Llamar a un componente o compañero de "promoción" es una marca registrada, y más aún cuando te encuentras con leonciopradinos en tu vida diaria, con solo decir "Alto el pensamiento" la satisfacción es grande. Por eso siempre recuerdo con mucho cariño mi paso por el Colegio Militar, ser parte de esa legión de estudiantes nos hace una "casta" diferente a los demás promociones de colegios existente en el Perú.

Buscando al cadete Gorn



Miguel Ortiz estaba a cargo de la promoción, siempre nos reuníamos en una oficina que tenía en el segundo ovalo de la Av. Pardo. Un grupo de la promoción trataba de organizar y de ofrecer a nuestros promocionales alguna semblanza para el reencuentro de ese año. Miguel dio la idea de escanear las fotos que poseía cada uno de nosotros y grabarlo en un CD que sería vendido en el día del reencuentro a la promoción, incluyendo nuestro Anuario que fue publicado en su época, pero que casi nadie lo tenía como un objeto de valioso recuerdo. El día del reencuentro se vendió como pan caliente, aparecían fotos de colección para la promoción, unas en blanco y negro y otras a color. Se logró escanear el Anuario de forma completa y tenerlo no de forma física pero si virtual. Las reuniones se hicieron costumbre y en donde se coordinaban acciones para unir a la promoción. Vicente Rodríguez, quien fue nuestro primer presidente reconocido por la Asociación y Virgilio Chávez eran dos de los promocionales que siempre acudían a las reuniones. Uno de ellos recibe una llamada de otro promocional, Pedro Terry informando que estaba en Lima la madre de nuestro compañero fallecido Gustavo Gorn Farfán. 

Virgilio nos informó que la madre de Gustavo Gorn volvía después de varios años para hacer una misa por el fallecimiento de nuestro compañero. Se coordinó todo por teléfono y la misa sería el día domingo en la capilla del Cementerio de la planicie. Gustavo había perdido la vida en el atentado al empresario Antonio Rosales Duran, dueño de la empresa Lima Caucho, él era seguridad del malogrado empresario y que fueron salvajemente asesinados por un grupo de aniquilamiento de Sendero Luminoso el 20 de julio de 1990, cerca del óvalo de Santa Anita. Pedro informó a la madre de Gustavo que compañeros de promoción íbamos a estar presente para acompañarla en misas de honras brindadas a su querido y único hijo. Gustavo como todo joven de su edad era risueño y amiguero, había hecho gran amistad con el Teniente de aquella época, Tte. Herrera, quien era jefe de compañía. Su madre siempre iba a visitarlo para saber de su estado dentro del colegio por aquellos años en que cursábamos estudios en el Colegio Militar "Leoncio Prado". Los promocionales más cercanos fastidiaban a Gustavo diciendo  que el Teniente Herrera "Caballón" era su segundo papá, él solo daba risada por eso, pero todos sabíamos que dicho teniente tenía alguna preferencia por él. Los años pasaron y cada quien salió del colegio buscando su destino, ya sea trabajando, estudiando y cada año nos reuníamos en los reencuentros. 

Coordiné con Miguel y Vicente, ellos pasarían por a recogerme para ir a la misa del día domingo. Pedro y Virgilio nos darían el encuentro en la capilla del cementerio, teníamos que estar antes de las 9 de la mañana, llegamos de forma puntual y juntos acudimos a la capilla en donde se iba a oficiar la misa por las personas fallecidas. Encontramos a Pedro Terry con su esposa y de manera discreta le preguntaron si la madre de Gustavo estaba entre los asistentes de mencionado acto. Quedamos que al finalizar la misa podíamos buscar a la madre de nuestro compañero y darles los saludos respectivos. Cuál sería la sorpresa que ninguno pudo distinguir la presencia de ella. Nos preguntábamos si estaríamos errados de cementerio. Solo nos quedaba preguntar en la administración del cementerio si existía una tumba con el nombre de nuestro promocional, infelizmente no tuvimos una respuesta positiva por parte de la persona encargada. 

Surgió un plan que difícil podría llevarse a cabo, y era de comenzar a buscar el nombre de nuestro compañero de promoción por cada lápida, nos dividimos por sectores para hacer más rápido la búsqueda. Casi pasamos más de dos horas tratando de ubicarlo, y no faltó amenizar con algún vocablo leonciopradino, "este cadete está cabreado", fuimos recorriendo lugar por lugar, lápida por lápida hasta que quedamos cansados de tanto buscar. Virgilio, felizmente tenía el teléfono de un familiar de Gustavo e indagó si estábamos en el sitio correcto y habló con la madre de nuestro amigo fallecido y ella también le dijo que nos estaba buscando, y pensó que no habíamos acudido a la cita. Ella resolvió invitarnos a la casa de sus parientes que vivían en La Molina, Virgilio anotó la dirección y nos dirigimos al sitio indicado. Conversando en el camino, recordábamos a nuestro compañero de promoción y cómo la madre habría sufrido la pérdida de su querido hijo. Al llegar a la casa tocamos el timbre y fue ella, la madre de nuestro compañero, la que  salió a recibirnos. Parecía la escena de la película "Salvando al soldado Ryan" (en la cual la madre recibe la noticia sobre sus hijos),  la señora estaba con un vestido negro con lágrimas en los ojos nos fue saludando y dando un abrazo, balbuceaba y agradecía por estar presente en un día de mucho recuerdo para ella. Después se calmó y nos miraba con un gesto maternal, creo que ella veía en nosotros al hijo que perdió, los años que no pudo compartir y que el destino se lo arrebató de forma violenta. Ella nos fue presentando a toda la familia que estaba en la casa y comenzamos una amena conversación. Los recuerdos fluían sin parar, anécdotas que vivimos en el Colegio Militar, vivencias con Gustavo y todo nuestro paso por el colegio. Ella nos comentó que Gustavo siempre tenía afición por las armas y por eso se dedicó a ser seguridad y guardaespaldas, la señora residía desde hace muchos años en Canadá y que justo meses antes de que ocurriera el atentado en que perdió la vida Gustavo, le estaba tramitando la visa para viajar junto con ella.

La muerte de su único hijo para ella fue un impacto muy fuerte que lo llevará toda la vida, reside en Canadá hace mucho tiempo, ya no tenía ningún lazo con el Perú, solo el recuerdo del hijo que perdió y que difícilmente quedará olvidado dentro de ella. Miguel recordó que en su carro tenía algunos CDs con las fotos de la promoción y decidió obsequiarle a la madre de Gustavo, ella quedó muy feliz y nos dijo que iba a conservar con mucho cariño el regalo de la XXXVIII promoción. Se le mencionó que él las fotos del Anuario iba a encontrar a Gustavo Gorn Farfán, cuando frisaba los 16 años de edad, foto que tal vez le traería muchos episodios de la vida que compartió el lado de su hijo. Cuando llegó el momento de retirarnos, le prometimos que íbamos a estar en contacto para cualquier actividad de la promoción. Ese día no pudimos ubicar a nuestro compañero de promoción, pero quedamos con la satisfacción del deber cumplido al conocer y darles los saludos a su señora madre, Gustavo Gorn Farfán, siempre estará presente en nuestros corazones, descansa en paz.

Pa' Bravo yo !!!




Estábamos en 4to. año, ya éramos aspirantes, la tradición leonciopradina se completó con tres promociones con el ingreso de la 39 promoción en aquel año de 1983. La 9na. sección y casi la mayoría de la XXXVIII a mitad de año tuvo a los "matones" de la 37 como monitores, asignados en esa tarea por el acto de "insubordinación" y falta de respeto hacia sus técnicos. La 9na. sección tuvo a Antonio Vega como monitor, un moreno panameño a la que los pequeños componentes de la sección difícilmente podíamos empalarnos, los cadetes panameños por décadas han estudiado y han sido parte de la historia de cada promoción. Siempre destacando en deportes como atletismo, básquet y vóley y otros deportes de las diversas selecciones del CMLP. También podían destacar en Box, por tener un potente estilo físico. El monitor Vega, con su forma de ser era respetado en su promoción. Gustaba que nuestra sección esté siempre regla y formada en el patio de Armas cada vez que pasábamos revista a la hora del desayuno, almuerzo o comida.

Para nuestra fatalidad la 9na. sección formaba al lado de la 1ra. de técnicos de la 37 en donde estaban los más "matones" y rabiosos, para no decir abusivos, había una línea blanca que dividía el límite de cada promoción. Nosotros llegábamos y formábamos esperando el parte respectivo, pero la 1ra de la 37 llegaba y nos empujaban gritando con su clásica frase "perros miserables salgan de ahí..." haciendo que nuestra formación se desordene, lo que no era válido para el monitor al mando. Había un técnico apellidado Bravo Cárdenas, siempre era el que ocasionaba ese desorden, para él ya era costumbre de hacer ese tipo de maldad. Era la hora de almuerzo todo el batallón formado y el jefe de batallón pidiendo el parte. El monitor Vega comienza a contar columna por columna cuando Bravo Cárdenas empuja a los cadetes que estaban en las primeras columnas derribándolos y riéndose apoyados por los demás de su sección, cuando aparece como un león desde la parte de atrás de la formación el monitor Vega y dice: "Qué tienes huevón por qué haces eso a mi sección..." y Bravo Cárdenas todo arrogante le responde " te arañas por estos perros de mierda..." y Vega responde: "Están a mi mando y por eso exigió respeto"...ya,ya,ya, pasa huevón, réplica Bravo Cárdenas. Nosotros mirando atónitos todo lo que estaba sucediendo y la sección de técnicos también de espectadores. Vega le responde: "oye huevón de mierda, no voy a permitir que me faltes el respeto delante de todos". Y se encaran, hay un amago de pelea, pero son separados por su sección. El capitán de año llama la atención de todos y se normaliza. Bravo Cárdenas no se queda callado y lo mira a Vega y dice: "No te tengo miedo" y Vega responde con una pequeña sonrisa: "Ahhh, machito eres.. ya vas a ver..."murmurando nos pone en orden y hablando "ya va a ver ese huevón, cree que por su apellido se cree matón...Pa' bravo yo !!!".
Pasamos rancho como de costumbre, pero con la inquietud de que terminado el almuerzo la 1ra de técnicos y demás cadetes chismosos iban en grupo hacia los malacates para presenciar la pelea entre Antonio Vega y Bravo Cárdenas.
Efectivamente, sucedió el desenlace, yo no estuve presente, sin embargo por los relatos que escuché de cadetes de otros años que presenciaron la pelea expresaron que Bravo Cárdenas comenzó a dar varios golpes que fueron asimilados por Vega, pero el panameño no se quedó atrás y le dio una clase de boxeo, repartiendo golpes dignos de un boxeador profesional a su rival que finalmente cayó al suelo con la cara magullada. Los técnicos de su sección levantaron a Bravo Cárdenas y lo llevaron a la enfermería para que le curen las heridas en el rostro, Antonio Vega acompañado de sus compatriotas panameños lo acompañaron para después ducharse y cumplir con su papel de monitor. En la formación del parte de pasar rancho de noche no vimos en la formación de técnicos a Bravo Cárdenas. Nadie mencionó nada y nos quedamos callados.

Al día siguiente en la formación para tomar el desayuno e ir a las aulas, como era la costumbre cuando estábamos formando vimos aparecer la figura de Bravo Cárdenas, con el rostro hinchado y con vendas y esparadrapo en el pómulo y en la ceja derecha, nos miraba y con media boca decía: "qué me miran carajo". El monitor Vega se asomó y con la mirada lo calló para esperar dar el parte de la sección y proceder a dejarnos pasar el rancho. En las salas de aula comentábamos matándonos de risa al ver cómo había quedado Bravo Cárdenas, sin querer Antonio Vega había actuado como nuestro vengador por todas las maldades hechas por un tipo que nos superaba en edad, peso y talla y que había recibido su justo merecido por su altanería sin igual.

Un día sin descanso


Ya estaba oscuro cuando decidí regresar a casa, había trabajado todo el día y mi cuerpo me pedía descanso, estaba molesto porque se me habían escapado algunos animales, recorrí las chacras del pueblo de San Juan Bautista. Había quedado exhausto… Estaba cansado, llegué a mi casa y mi familia ya estaba acostada, no tenía hambre, guardé la comida que me habían dejado encima de la mesa… al entrar a mi cuarto ví a mi mujer durmiendo, tiene 5 meses de gestación, para no molestar decidí no hacer ruido, tomé un ligero baño en el patio con el agua de la lluvia que había en el cilindro que servía para juntar agua... me coloqué mi pijama de dormir... y me metí en la cama, subiéndome las frazadas hasta la nariz. No pasó de unas horas y sentí de pronto un fuerte ruido… Abrieron la puerta, escuché gritos, todavía era de noche. Me levanté presuroso de mi cama, le dije a mi mujer que se quedara en el cuarto callada, mi madre sale a acompañarme asustada, pero le dije que mejor se quedara con mi mujer. No podía ver nada, las luces de las linternas me cegan, trato de ver algo a través de los rayos de luz… Me increpaban y preguntaban a gritos ¡Quien es Edgar Noriega! Me tapo los ojos y les respondí que era yo… Les pido que se identifiquen… Cuando de pronto siento un fuerte golpe en la cabeza que me derriba, pierdo la razón por unos segundos, trato de levantarme, pero mis piernas flaquean… Logro apoyarme en la pared, gritos y más gritos!!! Siento un líquido caliente que recorre mi cara… Se desliza por mi boca, es mi sangre… Me cogen por los brazos y me vuelven a tirar al suelo, escucho la voz de dos mujeres, son mi madre y mi esposa, que suplican por mí para que paren de maltratarme… Insultos de los hombres que callan los gritos de mis mujeres, no puedo hacer nada!!! Levanto ligeramente la cara, puedo ver las figuras de aquellos hombres, llevan pantalón verde y chompa negra con pasamontañas, me patean el rostro… Sólo puedo ver por un solo ojo, me siguen castigando con patadas y puñetes en la espalda, siento que me voy a desmayar, ¿Qué puedo hacer? ¿Gritar? ¿Suplicar para que no me sigan golpeando?... Me preguntan si soy cabecilla de Sendero Luminoso, con esfuerzo les respondo que no lo soy y trato de explicarles… Parece que no me escuchan, escucho llantos, es un griterío, mis mujeres también son golpeadas sin misericordia, a pesar de que está embarazada mi Olga… No puedo hacer nada… Un fierro frío se desliza por mi cara, rastrillan el fusil y me apunta en la sien, ¡responde terruco maldito! ¿Eres o no eres?... Si quieres, te vamos a matar delante de tus mujeres como a un perro sarnoso… me levantan y me desvisten, me quedo en calzoncillos, empiezo a tiritar, estoy descalzo… Escucho fuera de mi casa un motor de un camión encendido… póngale una frazada en la cara y súbanlo al camión!... es la orden de uno del jefe del grupo que irrumpió en mi casa… Ahora solo puedo escuchar, no veo nada… Mis mujeres suplican y lloran para que no me lleven… Igual aquí todos son terrucos, cállense o los matamos aquí mismo, son las voces de los soldados que invadieron mi casa. Herido me llevan a empeñones al camión, escucho pasos de hombres alrededor, perros que aúllan, sigo teniendo frío, con dificultad logro subir, el camión empieza a moverse, siento que se alejan de mi casa, ya no escucho la voz de mi Olguita y de mi madre… Pienso que me van a liquidar y que me van a tirar en algún barranco… Siento náuseas… Me da vueltas la cabeza. El camión se detiene, me bajan a empeñones, escucho el silbido del viento frío de la madrugada. Me vuelven a interrogar, la penumbra de la noche y las estrellas en el firmamento son testigo de mi sufrimiento... ¡terruco de mierda hablas o te callamos para siempre!... rastrillan sus armas… Empiezo a rezar un padre nuestro, pienso en mi mujer y en mi hijo que está por nacer, espero que nazca sanito, ¿podré verlo nacer?… Me siguen golpeando, siento los culatazos que hieren mi cuerpo… Pierdo la noción, me desmayo… Escucho voces… Estoy ahora con una frazada como abrigo, hey, hey amigo ¿qué te pasó?, me pregunta el tipo que está a mi lado ¿dónde estoy?, le pregunto… Me dice que estamos en el cuartel de los Cabitos… Aqui todos somos sospechosos, todos somos terrucos, estamos jodidos, nos cagamos, los milicos van a ser de nuestras vidas un infierno... comienza a despedirte de todas las personas que conociste hermano, me consuela mi compañero de celda...no sabré si podré ver a mis seres queridos, este cuartel se ha convertido en la tumba de muchos campesinos del lugar… El lugar tiene un fuerte hedor…solo me queda llorar, cierro los ojos… No sé si saldré de este sitio, escucho llantos y lamentaciones en voz baja al mismo tiempo, trato de levantarme, pero mis piernas no tienen las fuerzas suficientes para sostenerme en pie... tiemblo y comienzo a observar el lugar en donde estoy,  es una celda inmunda que alberga a muchas personas, restos de comidas en el piso que son devorados por los roedores visitantes que conviven en el lugar... las caras de los detenidos tienen expresión de miedo y angustia... muchos de ellos por su expresión no han recibido ni agua ni comida alguna... nadie sabe lo que va a suceder en las próximas horas... tengo sed, mi boca está seca, busco un rincón para poder apoyar mi espalda... la frazada que tengo envuelta en mi cuerpo la siento pesada...me he orinado sin darme cuenta en ella...no me puedo contener las lágrimas que recorren mis mejillas, paso el brazo para secarlas de mi rostro... tengo un fuerte dolor de cabeza que me martilla el cerebro, pienso que es el fin... el terrorismo que azota todo el departamento de Ayacucho está cubriendo de horror y muerte por donde pasa...no sabemos quién está del lado del bien y del lado del mal... Dios me ha abandonado... ¿Será cierto?, acepto con resignación mi destino... será un milagro salir vivo de este lugar, las heridas que poseo por el maltrato recibido quedarán tatuadas como mudos testigos...

MARIÁTEGUI Y LA LUCHA FINAL





El presente texto corresponde a uno de los tantos artículos que José Carlos Mariátegui escribió de su experiencia vivida en Europa, el texto que vamos a analizar es del año 1925 y que eran publicados en el semanario ilustrado “Mundial”, publicación compuesta por crónicas sociales con aguda crítica política y que fueron el estilo de esta revista limeña de la época, acostumbraba a reunir a colaboraciones de personalidades.

Era una de las revistas más leídas de su época por su visión del presente (a través de reportajes políticos), el pasado (artículos de historia) y el futuro (la llamada “literatura de vanguardia” fue una de sus características). En efecto, el autor de este texto, no es el gran Mariátegui que todos conocemos, un luchador tenaz de las reformas universitarias y luchas obreras (fundador de “Amauta”, 1926-que en su momento portadora de ideales, propuestas de desarrollo del país y de soluciones para los grandes problemas nacionales- y autor de los 7 ensayos de la interpretación de la realidad peruana, 1928) sino, el de un joven y brillante intelectual inconforme de su época, con una pasión por los cambios y ávido de volcar un sinfín de conocimientos. Vuelve de Europa, de un continente que había ya sufrido su primera guerra mundial, es decir, una situación de post-guerra. Un continente que en los siguientes años iba a vivir y tener cambios sustanciales en todo orden. Viajó gracias a una beca y regresó al Perú en 1923. Residió más de dos años en Italia donde contrajo nupcias. Anduvo por Francia, Alemania, Australia y otros países. Eran tiempos del segundo gobierno de Augusto B. Leguía, que se había caracterizado por su política personalista con orientación hacia la dictadura. La “Patria Nueva”, nombre con el cual se bautizó el flamante régimen, que arremetió contra la oposición política civilista y de otros tintes políticos.

El joven José Carlos Mariátegui que se vislumbraba por ser una persona dedicada a pensar y trabajar sobre la realidad peruana. Explica en una carta enviada a Enrique Espinoza (Samuel Glusberg) la afirmación de su pensamiento…“Desde Europa me concerté con algunos peruanos para la acción socialista. Mis artículos de esa época señalan las estaciones de mi orientación socialista. A mi vuelta al Perú, en 1923, en reportajes, conferencias en la Federación de Estudiantes, en la Universidad Popular, artículos, etc., expliqué la situación europea e inicié mi trabajo de investigación de la realidad nacional. Conforme al método marxista…”. Durante el gobierno de Leguía hay una bifurcación de pensamientos, se difunde la orientación socialista, especialmente con Mariátegui. En 1924 se forma el APRA, creado por Víctor Raúl Haya de la Torre bajo ideales nacionalistas y antiimperialistas.

La Europa que visitó Mariátegui comenzaba a transformarse. Alemania atravesaba por una inflación galopante, causada por las reparaciones de guerra. La clase media se proletarizó y la República de Weimar sufría el ataque tanto de la derecha como de la izquierda. Ya hacía su aparición Adolf Hitler con un golpe de Estado fallido. El fin de la Primera Guerra supuso el principio del fin del Imperio Británico. En Italia, Benito Mussolini había llevado a cabo la Marcha sobre Roma con las camisas negras de los Fasci di Combattimento (Fascio de Combate), núcleo inicial del fascismo. Rusia consolidaba la revolución bolchevique, sostenida por los soviets de obreros y militares. Lenin era su máximo exponente.

Mariátegui, brinda ahí, una lectura sobre lo que va a suceder en el viejo continente, las pretensiones imperialistas del nazismo y del fascismo que, en poco tiempo, iban a sumergir a Europa y al mundo entero en una conflagración sin precedentes.

Ahora, habiendo hilvanado al autor y su época, intentaré examinarlo, El texto a mi modo de ver, se divide en tres partes: en la primera (“las muchedumbres (...) lucha final”), Mariátegui enuncia que la lucha final puede tener dos opciones al mismo tiempo, una realidad y una ilusión. En la Segunda (el régimen colectivista (…) reemplazar”), subraya que los nuevos regímenes en Europa van a sufrir grandes transformaciones dejando de lado íconos referenciales. El tercer punto, (“sin un mito (…) no pueden vivir”), Mariátegui nos señala que todo hombre siempre estará en busca de un ideal, de un impulso vital, de vivir, es un instinto que todos poseemos, él mismo tiene esa convicción.

La Problemática del texto escrito por Mariátegui gira sobre La lucha final y habría que preguntarse si los hombres tanto del pasado y los actuales siguen en la búsqueda de una ilusión?, y ¿En qué medida los grandes cambios históricos de la humanidad han sido basados en mitos e ilusiones? Madeleine Marx, una escritora francesa de la época, reúne en un texto sus impresiones sobre la Rusia bolchevique y que lleva como título Cést la lutte finale. Frase del canto de Eugenio Portier y que adquiere un significado como la Lucha final.

Y cuál es la razón para que Madeleine Marx pregonara que el grito revolucionario que ha escuchado en Moscú fue de una esperanza?, por lo visto la revolución rusa ha logrado un cambio sustancial en el pueblo ruso. Mariátegui piensa que se van a suceder revoluciones similares no solo en Europa, sino que se podría extender hacia América, para ser más exactos a nuestro país. Dichas revoluciones van a tener protagonistas similares, la muchedumbre, la masa, el pueblo.

La explicación del texto, el primer enunciado sobre lo que Mariátegui nos señala, si las muchedumbres revolucionarias libran verdaderamente su “lucha final”, él mismo reflexiona que los hombres que están del lado del viejo orden advierten que la lucha final es una ilusión, una quimera, un sueño, una utopía. Mientras que para los entusiastas combatientes, como los describe, es una realidad. Pero, él define que el concepto de lucha final tiene dos palabras opuestas, es al mismo tiempo una realidad y una ilusión. El hombre por naturaleza está en busca de progreso, que lucha por encontrar un mejor bienestar, nada es gratuito. Las metas se cumplen sin embargo se van renovando de acuerdo a la coyuntura histórica, social y económica. Desde su punto de vista, el proletariado revolucionario vive con la idea de su lucha final mientras que la humanidad, vive con el sueño de tener su propia lucha final.

El segundo enunciado, hace referencia sobre la revolución francesa, revolución que trajo consigo cambios radicales, los hombres que lucharon por ello pensaban que era la lucha final y definitiva porque se había logrado derechos comunes para todos: libertad, igualdad y fraternidad. Mariátegui, describe que una nueva revolución asomaba con fuerza y dejaba obsoleta a la francesa, el régimen colectivista reemplazaba al régimen individualista, se estaba refiriendo a la revolución rusa. Pero añade que dentro de la revolución francesa ya se acogían las primeras ideas socialistas.

El tercer punto es muy significativo, sin un mito los hombres no pueden vivir fecundamente. El autor llega a la afirmación de que el hombre durante su existencia va a estar siempre en busca de un mito, no se sentirá realizado si no lo posee. Es su vivencia, es como su alimento diario. También refiere que el hombre que no posee condiciones intelectuales o filosóficas puede responder a la relatividad de su mito, como un cíclope, es decir, a un fanatismo. Sin tener en cuenta un razonamiento adecuado, dejando de lado la visión crítica. Solo piensa en lograr su cometido. Es una referencia al accionar que ejecuta la masa, la muchedumbre.

Podemos concluir que el tema central es el mito de la lucha final, de una fe, de una esperanza. El mito mueve al hombre a través de la historia. Ahora sabemos que Mariátegui afirmaba que sin un mito y la lucha final, la existencia del hombre no tenía ningún sentido histórico. Que la historia la hacen los hombres poseídos por una creencia superior, por una esperanza sobrehumana.