jueves, 3 de marzo de 2022

 




Nuestros viejos amigos rabudos

 (I Parte)

Mi madre siempre nos decía que cada perro asume el comportamiento de su dueño, eso lo aprendió de mi abuela Felicita, “Doña Fecha”, como era conocida en la familia. En nuestra familia siempre teníamos como compañía a nuestros queridos perros, algunos de porte pequeño o de porte grande. A través de todo este tiempo, cada uno de ellos nos ha dejado algún recuerdo o anécdota que podemos recordar con cariño, y la característica que cada uno de ellos poseía era de tener un nombre muy particular. El primer perro que tuvimos como mascota en casa fue llamado de “Jazmín”, era un perrito cruzado, de pelaje blanco que parecía un carnerito. Llegó en una caja de cartón de las antiguas galletas “San Jorge”, aún vivíamos en Lince, en la avenida Canevaro. “Jazmín” fue nuestro compañero de aventuras por las calles de Lince. Siempre nos recibía con cariño, cada vez que llegábamos del colegio. Cuando nos mudamos a Los Sauces en Surquillo tuvo más libertad para poder recorrer a sus anchas. La casa que mis padres siempre soñaron se hizo realidad, ya la familia se había completado con la llegada de mi hermana Erika, era el año de 1974, en pleno Gobierno Militar. La casa que mi madre escogió queda cerca de un parque y hace parte el entorno de un pequeño condominio. “Jazmín” ya era un perro “maltón” que podía estar a sus anchas sin ningún problema. Mi hermano “Coqui” gustaba de llamarlo de “Jazmín pirulo socotroco”, nuestro perro agradecía moviendo la cola y ladrando, como si quisiera hablar y estar de acuerdo de lo que escuchaba. Siempre nos acompañaba en todas nuestra travesuras en casa o en la calle, era un perro obediente y querido.

 Pocos años después mis padres deciden modificar la casa, amplian la parte de enfrente y modifican por completo la fachada de la casa así como la parte interior, fueron muchos meses de construcción. Los materiales para la obras siempre en la entrada de la casa (arena, piedras, ladrillos, bolsas de cemento y fierros) y el continuo ruido de los trabajadores que realizaban el trabajo. La etapa del llenado del techado siempre era realizada por un grupo de personas que se cachuelaban esa jornada por un almuerzo y un dinero, el maestro de obra los contrataba para realizar ese arduo trabajo, que era el de llevar unos tachos de lata con la mezcla de arena, piedras y cemento. Podían durar una jornada diaria de trabajo, mis hermanos y yo siempre observando todo lo que realizaban y mi madre siempre gritándonos para evitar que podamos ensuciarnos o pisar algún lugar errado de la construcción.

El garaje ganó espacio desde la vereda de entrada a la casa, lo que hacía de noche un espacio oscuro sobretodo en las noches, las paredes estaban tarrajeadas, el falso piso y los puntos de luz estaban inacabados y habían dos accesos, uno era por la puerta de la cocina y otro por la por la parte lateral que daba directamente a la sala.

 Jazmín siempre gustaba de pasear por las calles y regresar a la casa, siempre esperando hechado en la puerta de la cocina y entrar cuando alguien abriera la puerta, el día después del techado nadie lo hechó de menos a Jazmín, Coqui fue el primero en verlo hechado cuando abrió la puerta de la cocina pero no vio nada extraño. Cuando fui a comprar el pan y el periódico como todos los días, Jazmín ya se había movido de posición y mostraba su cuerpo con el pelo ensangrentado, solo me quedó gritar que mi perro estaba herido.

Todos saltaron de la cama y fue una gritería por lo que le había sucedido a nuestro perro, mi padre lo cargó y lo envolvió en una sábana y de forma apresurada llevarlo en el carrito verde a la veterinaria Miraflores que estaba ubicada en la avenida Santa Cruz, y a la que solíamos llevarlo para que tome sus vacunas y baño, en casa quedamos con mi madre angustiados por lo que había sucedido a nuestra querida mascota, fueron horas de espera, en casa el silencio y la tristeza reinó y cada uno rezaba silenciosamente para que Jazmín regrese con su alegría de siempre. Escuchamos llegar el carrito verde y estacionarse en el garaje, con solo ver la expresión del rostro de mi padre y no escuchar el ladrido de Jazmín sabíamos que había sucedido lo peor.

 Mi padre retiraba y cargaba el cuerpo inerte de nuestra mascota en sus brazos, y nos relató que Jazmín no pudo resistir a las heridas causados por un arma punzocortante que afectó seriamente órganos internos a pesar de todo el empeño de los veterinarios para salvarlo. La casa todavía conservaba un jardín que estaba en la parte de fondo y se decidió darle sepultura a nuestro perrito de infinitas aventuras. Luego de aquel triste episodio en casa se empezó a tejer que había sucedido con Jazmín, y se comenzó a recrear los hechos sobre una hipótesis. Estando oscuro el garaje y tener un libre acceso, algún malchehor aprovechando la oscuridad y sabiendo por donde podía ingresar habría comenzando a palaquear una de las puertas, en este caso, la que daba acceso a la cocina y seguramente Jazmín en su vuelta a casa habría sorprendio al maleante y atacado como lo hace cualquier perro para defender su guarida de personas extrañas, recibiendo el ataque con un fierro punzocortante que lo hirió mortalmente.

 La casualidad de este hecho fue un día después del techado que hicieron en casa, seguramente en ese grupo formaba parte algún delincuente ya había estado pensando en realizar el robo en casa pero no contó con la bravura de nuestro recordado y querido Jazmín.

El tiempo pasó y una noche mi padre aparece con un lindo perrito de la raza Cocker Spaniel, mi tía Jesús, más conocida como la tía China fue quien le dio el perrito como obsequio a su hermano, en ese instante se ganó el cariño de todos y mi hermano Toño lo bautizó con el nombre de Pipper, a raíz del nombre de una avioneta que se había siniestrado en algún lugar de la selva peruana y era noticia por aquella época. «Pipper» con sus orejotas y su pelaje color caramelo ocupó el lugar que había dejado Jazmín, dormía en la cocina por ser aún cachorrito para después hacerlo en el garaje. Al comienzo le dábamos ración para posteriormente darle su propia comida que consistía en camote y algunas carnes que sobraban o pescuezos de pollo que devoraba en cuestión de minutos. «Pipper» creció y se convitió en un ejemplar de Cocker Spaniel bonito, podía estar comiendo todo el tiempo, un perro noble que siempre mostraba simpatía. Igual que Jazmín, Pipper también se familiarizó con las calles y el parque cerca de casa. Podíamos abrir la puerta y sin necesidad de alguna correa podíamos dejarlo libre y esperar su vuelta. Cuando llegaba la hora del desayuno, almuerzo o cena en un rincón de la cocina o debajo de la mesa estaba descansando «Pipper» y al llamado de su nombre se coloca en atención para recibir algún pedazo de pan o comida que podíamos compartir con él. Era un experto, se sentaba sobre sus patas traseras y con realizar el movimiento de cabeza pescaba en el aire su apreciado manjar. Cuando sabía que la comida estaba servida y con su olfato peculiar esperaba que todos estemos sentado en la mesa para que se sentara y con sus dos patitas delanteras las moviera pidiendo comida, de esa forma se ganaba el cariño y parte de nuestra comida, Juana que servía los alimentos lo regañaba siempre diciendo: Pipper afuera!!! y nuestra mascota de forma pausada caminaba hacia el garaje con la cabeza agachada, después hacía una pausa y giraba su cabeza y nos miraba como si estuviera pensando «ya vas a ver chata, que en cualquier momento voy a entrar sin que me veas», así transcurrió la compañia de «Pipper» en la familia.

 Por esa época mi tío Benjamín adquiere un perro de la raza Boxer, y lo llama «Rocky», un lindo ejemplar característico de esa raza, con orejas cortadas y su porte de pedigree, muy similiar a las imágenes que veíamos en los libros o en alguna película. El tío Benjamín fue compadre de mi padre y a raíz de ello se visitaban ya sea en casa o en la casa de él con largar charlas con su respectiva bebida de pisco, el famoso «chilcano» que gustaba de beber y en esas de las tantas conversaciones mi tío Benjamín con el vaso en la mano le dice a mi padre: Compadre, usted y sus hijos recibirán el primer hijo de mi perro «Rocky» y creo que los chicos van adorar ese regalo.

El tío Benjamín acertó en su decisión, el cachorrito de pelaje atigrado llegó para robarse toda nuestra atención, de hocico totalmente negro el pequeño perro de raza boxer, fue recibido por todos con cariño, le pusimos por nombre de «Bronco», desde cachorrito ya demostraba bravura, su profesor de vivencias era Pipper, como perro antiguo de casa compartieron el garaje sin problemas, convivieron y compartieron la seguridad de la casa. «Bronco», como era de una raza mediana, comenzó a crecer y dejar de ser el cachorrito que llegó en casa. Por indicación del tío Benjamin, se le puso a un entrenador, fue así, que se contrató a un señor que entrenaba un perro de raza afgana en el parque cerca de casa. «Bronco» era adiestrado todos los fines de semana, regresaba en casa cansado y con la lengua afuera, solo para beber agua y dormir. El adiestramiento hizo efecto, «Bronco» se convirtió en perro obediente, obedecia en palabras en alemán como «sitzen» (siéntate), «Achtung» (atención).

Todas las mañanas, abríamos la puerta y salía disparado para hacer sus necesidades en el parque, corría a sus anchas y saltaba en compañia de «Pipper», nosotros siempre vigilándolos desde la azotea o desde la puerta de casa. Ellos obedientemente regresaban a casa.

Uno de los hechos más peculiares que involucró a nuestro recordado «Bronco» fueron las peleas colosales con el perro de raza doberman de los Almeida al que llamaron de «Lord», parecian dos boxeadores que a mordiscos se enfrentaban sin parar, llegaban a estar en dos patas y con la bravura de dos gladiadores romanos, ni el llamado por su nombres o con baldes de agua podíamos separarlos. «Lord» siempre fue un perro traicionero y cobarde, que podía atacar a perros pequeños o a personas. «Bronco» era todo lo contrario, podía disfrutar de jugar con cualquier niño a pesar de su feroz aspecto.

 Mi padre decidió cruzar a «Pipper», como en casa había espacio suficiente, no habría problemas de tener a otro perro. A «Pipper» lo llevamos a la veterinaria «Miraflores» para poder realizar el cruzamiento respectiva con ayuda de los veterinarios, el acuerdo con la otra parte fue que la camada sería dividida, pasaron los meses y recibimos dos crías de Pipper pero que eran perritas, que posteriormente las entregamos de regalo a un amigo de nuestro padre, el italiano, al que todos lo conocíamos com el «gringo Burelli» y a Elena para que podamos tener de cerca a las crías de nuestro perro.

La familia que tenía a la otra camada se había quedado con un cachorrito, que al parecer comenzó a tener problemas, y avisó a nuestro padre si quería el perrito porque ellos no sabían que hacer a pesar de los cuidados veterinarios. Una noche aparece, nuestro padre en brazos con el alicaido perrito que al recibirlo nos saluda con lamidas pero caminando con dificultad. Al día siguiente lo llevamos a la veterinaria Missiego, que estaba cerca de casa y que era el veterinario de nuestro perro «Bronco». Lo examina y nos dice : «Si, ustedes aman a este perrito. Van a tener que darle suero cada hora para poder rehabilitarlo, eso ya depende de ustedes...». Llegando en casa, procedimos a realizar el plan encomendado por el veterinario, ya mi hermano Toño lo había bautizado como «Snoopy» por ser un perrito pequeñito como el dibujo animado de Charles Schulz y compañero de Charlie Brown. Compramos las bolsitas salvadoras que eran diluidas en agua para ser extraidas con una jeringa para poder suministrar a «Snoopy», para ello habíamos colocado el despertador cada hora para realizar ese procedimiento.

La felicidad reinó en casa, «Snoppy» logró pasar ese trance adverso con el que llegó en casa, ya su pequeño cuerpo respondió satisfactoriamente al líquido suministrado por indicación del veterinario. Estaba recuperado y volvió a tener esa alegría que cualquier perrito lo tiene cuando está rodeado de personas. «Pipper», «Bronco» y ahora «Snoopy» se convirtieron en nuestros compañeros de juegos, nuestros «amigos de la guarda», a los que supimos darle cariño y recibirlo recíprocramente. Algunas veces llevaba a «Bronco» a correr conmigo ya sea por el barrio o podíamos ir hasta las playas de la Costa verde, siempre antes de las 6 de la mañana. Mi padre, sabiendo de ello, decide llevar a nuestros perros en la maletera del carro a la playa, siempre en tiempo de invierno, ya que las playas estaban desiertas por el clima reinante y la baja temperatura que por esa época tiene la ciudad de Lima. La playa «Redondo» era la escogida, «Pipper» y «Snoopy» se juntaban a «Bronco» y podian recorrer la orilla del mar y tomar un baño de mar saltando sobre las olas, nuestros perros disfrutaban sin parar, «Bronco» era el más juguetón, mi padre jugaba con él como si fuera su hijo o nieto, lanzándole una pelota de jebe al mar y que de forma obediente saltaba sobre las olas y regresaba con rapidez con el objeto en su boca, podía salir disparado como un cohete del agua hasta derribar cualquier objeto o persona que estuviera en su paso.

 La hora del regreso era más complicado, ya que teníamos que subir toda la avenida Armendariz, la subida era demoledora ya que se necesitaba mucho esfuerzo, a pesar de ello, «Bronco» como una mascota fiel, obedecía y subíamos sin parar hasta la prolongación de la Vía Expresa. Mi padre se encargaría de llevar de regreso a «Pipper» y «Snoopy» en la maletera del carro, cansados, mojados y llenos de arena. Las tres mascotas se reencontraban de nuevo en el garaje de la casa, para recibir su baño de mangera respectivo y beber mucha agua por el esfuerzo realizado esa mañana. Podiamos sentir una paz, sin ningún ladrido, puesto que nuestros perros estaban tan cansados que solo se levantaban cuando era la hora de comer.

Como los seres humanos, los perros tienen un determinado tiempo de vida, pueden acompañarnos por años y dependiendo de las circunstancias ser lonjevos, como sucedió con «Pipper», que llegó a tener 15 años, en 1986 nos dejó nuestro querido perro, ya había perdido los sentidos de oir y de ver, hechado en el pequeño jardín próximo a la entrada de casa, suspiró sus últimos momentos de vida. Sería nuestra segunda mascota que se llevaba todas nuestras vivencias de niñez, lo habíamos recibimos con cariño cuando era un cachorrito, era uno de esos perros que solo le faltaba hablar...